Más de cien académicos publicaron este fin de semana un manifiesto pidiendo transparencia en torno a la 'app' gubernamental de rastreo: Radar Covid. Lo hicieron adelantando que la aplicación marca «un hito» en cuanto a innovación, pero exigiendo que se hagan públicos los detalles sobre ... su diseño.

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Los expertos reclaman libre acceso a la información y el software. Entre otras cosas, porque la revisión colectiva servirá para afinar una tecnología nueva y apresurada. También para garantizar la privacidad del usuario. No todas las aplicaciones del estilo lo hacen. La que funciona en Baréin exige la introducción del DNI. Tras la identificación, llega la geolocalización. Y el emir ya sabe quién eres y dónde estás. En Noruega hubo también problemas a ese respecto, pero es que en Baréin se salen. Si tuvo que intervenir Amnistía Internacional. Resulta que utilizaron la aplicación del Covid para controlar si la gente cumplía con el Ramadán. Un programa de la tele telefoneaba a ciudadanos al azar advirtiendo que las autoridades ya podían «verificar» identidades y ubicaciones. '¿Estás en tu casa?', se llamaba el 'show'. Como 'Hola Raffaella', pero en doctrinario.

Que el Radar Covid del Gobierno no implique la localización del teléfono tranquiliza. Por el lado doctrinario, siempre es mejor que Irene Montero no sepa que te metes a ver la última de Woody Allen. Lo que aún está por ver es si la aplicación conseguirá el número de descargas que necesita para ser efectiva y si sus alertas serán de calidad. Que hoy sea el lunes en el que los colegios reabren sus puertas y falten seis comunidades autónomas por agregarse al sistema de funcionamiento de la aplicación hace pensar en que vamos tarde. El País Vasco es una de ellas. Nuestros diagnósticos de Covid aún no se dan con un código que active las alertas de la aplicación. O sea, que el invento no nos sirve para nada. Todo debería solucionarse en los próximos días. La prueba será interesante. Veremos si funciona una iniciativa contra la epidemia que requiere talento, recursos y coordinación y despliega una energía destinada a tomar la iniciativa antes que a reaccionar defensivamente. Eso es: justo todo lo que hasta ahora nos ha salido mal.

Jonan Fernández

Un clásico

Hay muchas novedades en el Gobierno vasco, pero todavía la más llamativa tiene que ver con que Jonan Fernández abandone los asuntos relacionados con paz, convivencia y memoria, o sea, con el conflicto. Además del creador de un estilo reconocible en el que la ascesis redobla el alambicamiento, Jonan Fernández es una de esas presencias constantes, inamovibles, en el paisaje vasco. Nada sabrán de la autovía de Leizarán los chicos que entren este año en la universidad. Bueno, ni los que salgan. Pues Fernández ya estaba entonces allí, sintiéndose mal porque los demás estuviésemos equivocados y utilizando todas las palabras existentes de más de cinco sílabas para elaborar conceptos imponentes. En el nuevo diseño del gabinete Urkullu, lo relativo a memoria y convivencia pasa a manos de Beatriz Artolazabal, que también se queda con Igualdad y Políticas Sociales, como si lo de llevar Justicia fuese a dejarle tiempo libre.

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Plácido Domingo

¿Qué veto?

Es probable que Plácido Domingo, al ver cómo su nombre se caía de la programación de teatros de titularidad nacional como el de la Zarzuela, entendiese que el Gobierno le había vetado. El ministro de Cultura explica ahora que eso es un disparate y que, en realidad, «no se contempló su presencia». ¿Cómo podrás no tener contemplada una presencia que tú mismo anuncias? El fenómeno es misterioso. «En este país no hay veto», asegura Rodríguez Uribes. Lo hace justo después de describir algo que, justificado o no, se parece muchísimo a un veto.

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