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Una de las noticias políticas más sorprendentes de la Europa prepandemia fue la victoria electoral, casi un siglo después, del Sinn Féin (SF) en Irlanda. La situación de emergencia sanitaria retrasó la formación de Gobierno, pero todo apuntaba a un acuerdo entre el viejo bipartidismo ... irlandés (Fianna Fáil y Fine Gael) por lo que el SF se convertirá en el principal partido de la oposición y por tanto alternativa de poder. Sin duda ninguna un éxito para un partido que fue durante décadas un paria en la política de la Irlanda independiente.
Fundado en 1905, su primer gran éxito electoral tuvo lugar en las elecciones generales británicas de 1918, en las que obtuvo 73 de los 105 escaños correspondientes a la isla de Irlanda. Estos, fieles a una política absentista diseñada desde la fundación del partido, decidieron no ocupar sus escaños en Westminster autoproclamándose el legítimo parlamento irlandés. En 1921 los británicos convocaron elecciones para dos parlamentos que hoy denominaríamos autonómicos (sur y norte de Irlanda, preludio de la partición) y los electos del SF repitieron jugada constituyendo el que, en el imaginario republicano, es el último parlamento legítimo irlandés. Fue esa Cámara la que aprobó el polémico tratado que establecía el Estado Libre Irlandés (años después República) y la región británica de Irlanda del Norte en seis condados del Ulster. Para un sector del SF la partición era una traición y el Parlamento irlandés, el Dail, no tenía ninguna legitimidad, por lo que decidieron continuar, como si nada hubiera cambiado, con su política absentista.
En 1922, primeras elecciones del Estado libre, la facción protratado del SF obtuvo un 45% de los votos y la antitratado, un 28%. En las siguientes, en 1923, los resultados fueron muy similares obteniendo los primeros (bajo el nombre de Cumann na nGaedheal, lo que luego sería el Fine Gale) el 39% y los segundos, que se quedaron con el nombre de Sinn Féin, el 27%.
Pese a no ganar, el SF podría haber gobernado en coalición con otros partidos, pero el dogma absentista se lo impidió. Esto llevó al histórico dirigente republicano Éamon de Valera a intentar cambiar de estrategia para poder hacer política institucional. Al no conseguirlo fundó su propio partido, el Fianna Fail, con idéntico ideario al de los republicanos con la diferencia de que ellos sí ocuparían los escaños y por tanto serían útiles al pueblo irlandés. No hay duda de cuál fue la vía preferida por los irlandeses. En su debut electoral en 1927, FF obtuvo el 26% de los votos y 44 escaños (segundo puesto) dejando a viejo SF, que iniciaba su particular travesía del desierto electoral, con cinco escaños (que por supuesto no se ocuparían) y un 3,6% del voto. En 1932, FF consiguió ganar las elecciones y desde entonces ha sido el partido que más tiempo ha gobernado en Irlanda.
El intento a finales de los 60 de cambiar la táctica absentista provocó la escisión de la denominada rama provisional, los más dogmáticos, que de nuevo se quedaron con las siglas. Dirigidos a partir de 1983 por Gerry Adams, en 1986 dieron un giro de 180 grados en su ideario y proclamaron su intención de ocupar los escaños que obtuvieran en el Dail de ahí en adelante, haciendo que el voto republicano dejara de tener una utilidad exclusivamente simbólica.
La violencia, sin embargo, era un obstáculo insalvable y el SF continuó obteniendo resultados más que discretos (no llegó por ejemplo al 2% en su debut de 1987). En 1997, en pleno proceso de paz, obtuvo su primer escaño desde la escisión y en 2002, con el IRA ya en fuera de juego, llegaron a cinco. A medida que la violencia se diluía, el viejo partido iba obteniendo cada vez más apoyo electoral, hasta la victoria de 2020. Sin violencia y con la intención de trabajar desde las instituciones elegidas por toda la ciudadanía, el SF ya era un partido normal que podía competir en igualdad de condiciones.
La analogía de toda esta historia con la izquierda abertzale salta a la vista. Herri Batasuna no comenzó a acudir a Parlamento vasco hasta mediados de los años 90, provocando hasta entonces, por su ausencia, mayorías gubernamentales artificiales. Una vez dentro del juego parlamentario tuvo una capacidad de decisión antes negada por su propio absentismo, por ejemplo, siendo clave en dos de las investiduras del lehendakari Ibarretxe. Demoró más su asistencia al Congreso de los Diputados, desde 2011, pero en menos de una década le ha dado tiempo a influir decisivamente nada más y nada menos que en la elección de un presidente de Gobierno de España. La moraleja, por tanto, parece bastante clara. Participar en el juego democrático no es solo más ético que matar a gente. También es más eficaz de cara a la obtención de objetivos políticos. Y siempre es una pena darse cuenta mucho tiempo (y tantos cadáveres) después.
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