Hay que frenar a Shakira, lo digo por su bien. Desde que se separó de Gerard Piqué parece que todas sus canciones hablan de él y, pasado el primer momento de morbillo, uno empieza a estar harto de tanto despecho. Se ha convertido Shakira en ... un príncipe Harry con autotune, pero Piqué no es la familia real inglesa y el tema se le va agotando. Además, ahora llega el arzobispo buenorro que fue secretario de Benedicto con sus memorias contra Francisco y ya no damos abasto. Deja paso a los nuevos, Shaki, guapa.

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En su última canción, grabada con Bizarrap, Shakira dice textualmente que su novio cambió un Ferrari por un Twingo y a mí me recuerda mucho a cuando una chavala deja a un amigo y hay que aguantarlo toda la noche dándote la brasa con lo cabrona que ha sido ella y lo majo que es él. Estas cosas solo se soportan por amistad y durante un ratito, porque al segundo cubata uno tiende a reprimir los bostezos y a darle la razón a la chica.

Se han hecho más comentarios de texto de las últimas letras de Shakira que del Cantar de Mío Cid y tal vez no merezca la pena seguir analizando sintagmas nominales como alumnos de Bachillerato en vísperas de la EBAU. Es este un camino peligroso porque, de seguir así, me veo buscándole rasgos filipinos al próximo dictador sudamericano, sádico y torturador, que protagonice una novela de Vargas Llosa.

Si Bizarrap, que es un productor listísimo, admite peticiones, a mí me gustaría que invitara a la próxima sesión a una inspectora de Hacienda con buena planta y algo de swing, que, contoneándose como una loba, le cantara a Shakira: «Te felicito, qué bien actúas/ de eso no me cabe duda».

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