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Este verano ha ocurrido algo irremediable. He cumplido sesenta años. He estado reflexionando sobre ello, casi sin proponérmelo. Las cifras redondas hacen pensar. Son como hitos del camino en los que uno se sienta un rato a considerar tanto lo que ha dejado atrás como ... lo que se avecina. Por una parte, estoy satisfecho de haber llegado hasta aquí, claro. Sesenta no están mal, admitámoslo: muchos no llegan. Pero por otro lado, ya no eres el que eras. No lo eres. Y no sirve de nada engañarse. Ahí está el paulatino deterioro, el cambio de ritmo, algunas pérdidas lacerantes de todo tipo que es preferible obviar. No obstante, si es cierto que la esperanza de vida en 2050 será de ciento veinte años (eso es lo que afirman una y otra vez los expertos con énfasis creciente), a mí me quedarían todavía otros sesenta. No me lo creo. Tampoco estoy seguro de que me agrade la idea, pero, quién sabe, quizá esté equivocado. De todas formas, lo que quería decir es que me he dado cuenta de que empiezo a sentir una profunda reconciliación con la especie humana. Y esto es algo nuevo en mí. Algo que me alegra tanto como me sorprende. Porque yo nunca he tenido una opinión demasiado buena de los seres humanos. Montaigne decía que los seres humanos somos egoístas, crueles, pusilánimes, envidiosos y amantes del lucro. Y desde luego, yo no era nadie para dudar del gran Montaigne. De hecho, me parecía que aún se quedaba corto. Y sin embargo ahora todo eso me parece disculpable. Por supuesto que somos egoístas y crueles y todo lo demás. No podemos no serlo. Es nuestra naturaleza, es la naturaleza entera, la vida entera la que es egoísta y cruel. Solo los seres humanos intentamos a veces no serlo. Y es ese esfuerzo el que, en el fondo, nos eleva y nos define como especie, creo yo. Además acabo de ver un viejo documental de 1992 titulado 'Baraka', que me ha emocionado. Búsquenlo, si quieren, es una joya extraña. Va sobre eso: sobre nuestra especie, sobre la belleza de nuestro planeta, es un poema visual sin palabras, con música de varios autores.
El otro día, a propósito de los grandes incendios de la Amazonía, el presidente de Brasil, el espeluznante Bolsonaro, se atrevía a bromear: «Es la temporada de la queimada», soltó sonriendo. Según una encuesta de este año, el 93% de los europeos cree que hay que hacer algo para salvar el planeta. El viejo y entrañable, y acogedor planeta Tierra estaba ahí para nosotros. No sé hasta qué punto lo hemos destrozado. No creo que lo hayamos logrado del todo, pero estamos en ello (eso sí). Aunque tengo la esperanza de que en un futuro no muy lejano tendrá que surgir una nueva generación de políticos mundiales que lideren esa revolución. Gente con una conciencia ecológica más evolucionada que el retrógrado economicismo de los actuales mandatarios.
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