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El domingo por la noche Carlos Lesmes dimitió como presidente del Consejo General del Poder Judicial dando una especie de discurso a la nación. «Perdida toda esperanza de rectificación…». Estaba uno en el sofá, anestesiado al modo dominical, y al ver a Lesmes se preguntaba ... asustado qué hacía el rey dando el mensaje de Navidad en octubre y, sobre todo, por qué el rey tenía las canas y la barba, pero no era exactamente el rey. Menos mal que los momentos de incertidumbre funcionan como un reclamo para los grandes líderes históricos. Fue dimitir Lesmes y Pedro Sánchez citó a Feijóo en Moncloa. Y Feijóo aceptó de inmediato. Ahí tienen a dos hombres de Estado reaccionando como respectivos rayos para resolver una crisis institucional que apenas se abrió hace cuatro años.
No insistiremos en la cronología del sainete. Tampoco en los estragos que hacen los partidos con las instituciones y con la lógica argumental. Pero celebraremos que a la reunión entre el presidente y el líder de la oposición se uniesen Bolaños y González Pons. Amigo, los negociadores. ¡Esa fue la clave! Su altura de miras debió de hacer que la cosa fuese bien y se llegasen a conclusiones a la altura de las graves circunstancias. Primera conclusión: esta vez se va a negociar «ya en serio» (Bolaños). Segunda conclusión: «Nos hemos dado una última oportunidad. Todo aquel que en esta vida haya tenido una pareja y se haya dado una última oportunidad sabe de lo que estamos hablando» (González Pons). Lo escuchas y respiras. Estamos en manos de gigantes constitucionales. El problema está encauzado. Menos mal. Si se preguntan qué medidas van a tomar los grandes partidos, qué exigente calendario de reuniones van a seguir y qué férreo e inminente plazo se dan para zanjar la crisis nunca vista, bueno, de eso no se sabe nada. Ya se irá viendo.
Si en cambio se preguntan dónde estaba ayer Didier Reynders, el comisario europeo que vino la semana pasada a intentar desatascar lo del Poder Judicial y salió el pobre manipulado y escaldado, yo se lo digo: estaba en Kiev, bajo las bombas. Todavía contestaba a los mensajes que le llegasen desde España insistiendo en que no se estaba tan mal en aquel refugio. Al menos allí sí entendía lo que estaba pasando.
Rusia
La factoría de relato del Kremlin abrió ayer otra línea de producción de chatarra argumental. Consiste en hacer creer que lanzar misiles sobre la población civil de Kiev y otras ciudades ucranianas forma parte de la conocida «operación militar especial» solo que en una vertiente nueva y antiterrorista, ya que cuando Ucrania vuela el puente de Kerch no se trata de una operación militar suya más o menos especial, sino de algo muy distinto: terrorismo. Pronto veremos al portavoz del Kremlin, Peskov, con su aspecto de encargado de la sección Moda Hombre de los grandes almacenes Molodezhni, exigiendo sanciones internacionales para Ucrania por no dejarse invadir apostando por el pacifismo y la no violencia. Ferlosio escribió muchas páginas sobre la capacidad de nuestra época para transformar guerras contra el terrorismo en guerras escatológicas. Pues nada, más razones para la tranquilidad.
Economía
Un 25% de los españoles se plantea cambiar de trabajo para cobrar más. La Gran Renuncia. Un momento. Stop. Lo estamos haciendo mal. El fenómeno que en teoría se dio tras la pandemia no consistía en renunciar al curro para ganar más en otra empresa, sino en renunciar a trabajos en los que se ganaba bien para vivir mejor. Menos sueldo y más paseos, más pelis, más copas de vino al atardecer. Una cosa estadounidense. Nada que ver. Si nosotros el paseo y el vino lo tenemos siempre ahí. Justo al lado de la tasa de paro más alta de la OCDE.
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