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Desde que en 1940 se oficializó el Campeonato Manomanista, en este largo recorrido se han producido hechos sorprendentes, insólitos y que han quedado marcados con letras espesas en el Gran Libro de La Pelota. Resultados inauditos que sirvieron de comentarios durante semanas, meses y años ... en las tertulias pelotazales y en las barras de las tascas y bares.
Ocurrió el domingo 20 de abril de 1986 en el Ogueta de Mendizorroza, que había sido inaugurado siete años antes. La primavera había surgido con plenitud y esplendor ese día. Gran expectación y todo el billetaje vendido. La propuesta, una semifinal del Manomanista en primera categoría entre dos ilustres de la cancha, Galarza III contra Tolosa, dos zagueros de lujo.
Como gran favorito partió el pelotari de Baraibar (Navarra). Los corredores de apuestas cantaron, sin ponerse la pelota en juego, mil a cuatrocientos duros a favor del navarrico, poseedor de una zurda de oro y una derecha rompedora. Era el zaguero de moda y arrastraba tras de sí una legión de aficionados. Tenía mucho poder de convocatoria.
Ladis abrió un hueco sideral en el marcador en un suspiro: 21-7. Dejó a los corredores de apuestas mudos y muchos liquidaron sus traviesas con sus clientes. Todo parecía definitivo y consumado. Sus seguidores festejaban con algarabía la victoria. Sin embargo, el destino quiso hacerle aquella tarde aciaga un guiño traidor. Fue incapaz de hacer subir a su casillero un tanto más y se quedó varado en la orilla de la derrota. El rezagado consumó una remontada espectacular: 21-22.
¿Qué sucedió? Muchos se restregaban los ojos llenos de incredulidad. No se explicaban semejante debacle. En el arreón de Galarza, sin un juego convincente, el 'pastor' de Baraibar, como yo le llamaba -de jovenzuelo sacaba a pastar a un rebaño de ovejas familiar a las eras adyacentes de su caserío-, se puso a un tanto del triunfo como diría un castizo «sin hacer nada del otro mundo».
El guipuzcoano en este trayecto se mostró como un rival deshilachado, sin toque, errático y como apuntaron los cronistas de entonces, «denotando una preparación muy deficiente». Le costaba mucho salir a las dejadas de su oponente, fuesen de segundo o cuarto piso, y le quitaba sin pudor alguno el polvo al colchón de arriba. Este fue el análisis llevado a cabo.
Pero en este deporte la pelota es mucho más redonda que en otros. Josean Tolosa sufrió una metamorfosis. Comenzó a sumar tanto tras tanto en la misma medida que su contrario se adentraba en ese territorio de la imprecisión. Hubo un tanto trascendental. Se disputaba el 21-19. Galarza marcó una dejada al ancho. Llegó arrastrándose Tolosa, que se quedó tirado en el suelo. Incomprensiblemente, Ladis, con todo a su favor, mandó la pelota al piso ante el estupor del personal.
El choque se finiquitó en 82 minutos (2 horas y 33 minutos, de tiempo real) y 344 pelotazos. Sin lugar a dudas se firmó una remontada histórica y que quedará impresa para siempre en la mente de los que allí estuvimos.
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