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Entre los días 26 de julio y 2 de agosto de 1909 se produjeron en Cataluña una serie de acontecimientos desgraciados que han pasado a la historia con el nombre de ‘La Semana Trágica’. Aunque han sido muchas las personas empeñadas en equiparar la actuación ... de la Guardia Civil de hoy con la violencia ejercida por los anarquistas de entonces, lo cierto es que esta pasada semana sólo puede alcanzar el nombre de tragicómica.
Todo empezó el pasado domingo con la celebración (?) del referéndum. Un referéndum declarado ilegal por todas las instancias judiciales; celebrado con menos rigor democrático que la Verbena de la Paloma; con urnas opacas que ya llegaban llenas de papeletas a los centros de votación o que se llenaban en las calles; con un censo universal que en muchos municipios produjo el milagro de registrar bastantes más votos emitidos que personas censadas en ellos y con un recuento de papeletas que mejoró todas las expectativas al superar incluso el 100%. Un imposible matemático. Pero si los independentistas ya han despreciado a la Ley y a la democracia, ¿por qué razón iban a respetar algo tan frío y lejano como las matemáticas?
Hay más. En cualquier cita electoral, con decenas de partidos en liza, los resultados ‘cuasi’ definitivos se publican apenas dos horas después de cerrada la votación, a las diez de la noche, y los definitivos, a las doce. Sin embargo, aquí, que sólo había que contar ‘síes’, ‘noes’ y nulos se ha tardado ¡cinco días! en publicar los resultados ‘oficiales’. Bueno pues, sobre tan desastrosa base se va a sustentar algo tan tremendo como es una declaración unilateral de independencia.
El lunes vimos el triunfo del relato independentista. Todo lo anterior quedó eclipsado por la actuación de la policía que se presentó como brutal, desmedida, terrorífica. Cuatro heridos en los hospitales -¿han visto alguna foto con Puigdemont visitándoles?- sirvieron para acaparar las portadas de todos los periódicos internacionales. Un gobierno insensible y abusón oprimiendo a viejecitas indefensas y a niños ilusionados. Rajoy lo pasó mal. El conflicto parecía internacionalizado
El martes asistimos al punto álgido del relato. Una huelga general en la que -otra innovación tecnológica-, los empleadores públicos (el Govern) y los privados (algunos empresarios) animaban a sus empleados a no trabajar y les facilitaban la decisión al garantizarles que no les descontarían nada del sueldo.
De repente, el miércoles cambió el panorama y empezaron los rumores. El Parlamento europeo apoyó a Rajoy… y a la Constitución española. Empresas preocupadas, inversores asustados y clientes inquietos dieron paso a un desplome en Bolsa de la cotización de las principales compañías catalanas. El jueves irrumpió por fin la realidad y nos despertó del sueño. El Banco Sabadell anunció el cambio a Alicante de su domicilio social iniciando así un movimiento que se autoalimenta a gran velocidad y que será terrible.
El viernes el Gobierno se vio obligado a aprobar de urgencia un Real Decreto-Ley para permitir que Caixabank pudiera cambiarlo sin recurrir a una junta general de accionistas que hubiera sido letalmente tardía y excesivamente tumultuosa. Al movimiento se han sumado más empresas grandes: Gas Natural, Criteria, Aguas de Barcelona, Service Point, etc. Y les seguirá un rosario de pymes.
Por la red circula el resumen de unas declaraciones de Artur Mas, en unas recientes campañas electorales, en las que ridiculizaba la opinión de quienes avisaban entonces que esto podía pasar. ¿Con qué cara se verá a sí mismo hoy el ex ‘molt honorable’? ¿Cómo piensa arreglar el desaguisado cuando dice que Cataluña no está preparada para una independencia real? ¿De qué hemos estado hablando entonces en todos estos años, de una independencia ficticia? ¿Cómo se puede ser tan frívolo y tan insensato?
Todos nos preguntamos ahora qué va a hacer el martes Carles Puigdemont. A mí me parece evidente. Ya no puede salvar su futuro próximo, que se lo pasará entre rejas, así que intentará inmolarse el martes en un desesperado intento de acompañar en la historia a Lluis Companys. Pero como a él no le va a fusilar nadie puede terminar en el oscuro cajón de la historia que cobija a los felones y a los suicidas sociales.
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