Un año después de los atentados de Cataluña, son muchos los que contemplan tranquilizados la evolución o, más certeramente, la involución territorial del aterrador ISIS en Oriente Medio. Aquellos en cuyo nombre se atentó en Occidente han quedado reducidos a su mínima expresión, en territorios ... desérticos o áreas fronterizas marginales de Siria. Esto había de ser una buena noticia en los tiempos de la guerra regular, aquella en la que dos ejércitos se enfrentaban y el vencedor ocupaba el territorio del vencido, se firmaba un tratado de paz y se pasaba a otra cosa (en verdad, nunca fue tan sencillo). El problema actual estriba en que nos encontramos en un mundo caracterizado por la hibridación, y la guerra también sufre tal fenómeno.
En los años 90 se acuñó el término de 'guerra asimétrica', aquella en la que había un enorme desequilibrio de fuerzas que obligaba al rival débil a saltarse las convenciones bélicas imperantes para tener opciones de victoria sobre el gigante militar. EE UU, Francia, Gran Bretaña, Rusia e Irán han sido las principales potencias agresoras del Califato y, como se puede apreciar, éste estaba en clara inferioridad. Por lo mismo, desarrolló y desarrollará estrategias de guerra caracterizadas por la flexibilidad, el posibilismo, el pragmatismo y el efectismo. Tras la debacle que ha sufrido en su faceta Estado (control de un territorio sobre el que aplicaba unas leyes que hacía cumplir mediante fuerzas coercitivas), el ISIS ha de buscar una nueva forma de aparecer en los medios de comunicación; los grupos terroristas se caracterizan por extender el terror y, para ello, necesitan que sus actos se difundan e impacten en la conciencia de una población determinada (a ser posible mundial). Por lo dicho, un año después de los atentados de Cataluña, es probable que nos encontremos con un ISIS que apueste decididamente, si cabe más aún, por su faceta terrorista para compensar el varapalo en su alma estatal (prácticamente extinta). La tranquilidad ante el hecho de sabernos en un mundo sin un Califato gobernado por radicales en Oriente Medio es, con toda probabilidad, aquella que precede a la tempestad; no hay que perder de vista que el autoproclamado Estado Islámico es más que un grupo y ha sido más que un 'país', es una idea por la que luchar y, mientras haya sujetos que 'compren' tal precepto, el combate proseguirá.
Dejando por un momento al ISIS, en la misma área del Creciente Fértil opera una caterva de tropas más o menos cercana a Al-Qaida, a cuyos efectivos se ha llegado a denominar 'moderados' por comparación con los seguidores de Abu Bakr al-Baghdadi. Sin embargo, la visión del mundo y del Islam de unos y otros es muy similar (ambos militan en las versiones más radicales del wahabismo). En algunos escenarios sirios se está beneficiando al menos malo y, en este caso concreto, es quitar a unos radicales para poner a otros de la misma familia. Aunque el gran público pueda creer que la situación en Oriente Medio mejora, el descontrol y la incertidumbre siguen reinando en la zona. Esta idea se refuerza al centrar la visión en uno de los grandes vencedores del ISIS: la República Islámica de Irán. El islamismo chií de Teherán y de sus aliados libaneses de Hizbullah, estos últimos denominados terroristas por EE UU y la UE, ha sido uno de los valedores del régimen de Damasco, y su presencia en territorio sirio es más que destacada. Aunque sus siglas puedan sonar más amables que las de Al-Qaida e ISIS, la milicia-Estado libanesa ya protagonizó campañas de atentados en Francia en los 80. Además, el creciente peso iraní en la región no hace sino catalizar los temores saudíes y calentar la Guerra Fría del Golfo que mantienen ambas potencias. Ello se puede traducir en guerras regionales –por interposición– que son el mejor escenario para el surgimiento de nuevos grupos terroristas o la proliferación de los existentes.
Pero radicales wahabíes e islamistas chiíes no son los únicos enfrentados en la región ni los únicos incitadores y/o protagonistas del terrorismo. El islamismo autoritario de Ankara y su proyección sobre Oriente Medio como gran potencia regional, quizá volviendo a la vieja idea del Imperio Otomano, esta vez bajo el 'sultanato' de Recep Tayyip Erdogan, tampoco favorece un cierre definitivo del conflicto regional ni ayuda a erradicar el terrorismo internacional que tiene vínculos, de una u otra manera, con la zona. Por su parte, la némesis de Ankara, los kurdos son un colectivo poco proclive a veleidades islamistas de uno u otro signo, si bien abrazan con pasión los ideales del nacionalismo –la 'religión política'– y algunas de sus organizaciones militares son tildadas de terroristas; en este caso han sido útiles combatientes contra los radicales religiosos, pero no parece que sea una opinión respaldada por quienes han sufrido su terrorismo nacionalista…
Un año después de los atentados de Cataluña, perpetrados por seguidores del autodenominado califa Ibrahim, el ISIS –Estado– ha sido derrotado, pero ello no significa que se pueda gritar 'misión cumplida' en la War on Terror; el ISIS grupo terrorista continúa y continuará, está en su propia naturaleza el mutar en sus tácticas. Los 'moderados' de Al-Qaida y afines siguen en Oriente Medio –y en muchos más países–; los islamistas chiíes se extienden por su ansiada 'media luna' de Persia a Líbano; los ultramontanos wahabíes catalizan su odio y preparan su respuesta ante las victorias de Teherán; los turcos tienen tropas en Siria y en Irak y apoyan a aliados, y los kurdos no saben muy bien cuál es su futuro político –otra vez más en su historia– ni la forma de articular su ansiado Estado independiente o, al menos, una república autónoma. Y todo lo dicho sin entrar a analizar el papel de las grandes potencias mundiales que también están implicadas en la zona. La región dista mucho de tener orden y concierto, y ese es el escenario perfecto para la proliferación del terrorismo, aquel que golpeó España hace un año.
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