Sardanas en Cerdeña
Furgón de cola ·
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Furgón de cola ·
El expresident recupera el foco mediático y desafía la negociación entre Esquerra y el GobiernoEs probable que hasta Carles Puigdemont se haya dado cuenta: la detención buena fue la de Alemania. Entonces sí hubo emoción. Hasta nos aprendimos el nombre de aquel sitio: Schleswig-Holstein. Esta vez ha sido todo más rutinario. Y no será porque Cerdeña no es ... bonito, o porque no gane mucho cualquier historia castiza, paródica y triste habiendo carabinieri de por medio. Sin embargo, detuvieron el jueves a Puigdemont en el aeropuerto de Alguer y el alboroto, aun siendo amplio, fue distinto. Ya vamos teniendo un máster en euroórdenes y enseguida se vio que todo sería ruidoso y puede que indiferente. También pasa que Puigdemont no es el que fue. El tiempo le ha instalado en su lugar natural, que es el del epicúreo lobbista en Bélgica antes que el del héroe nacional dispuesto a todo.
Así que la detención del «presidente legítimo» apenas provocó ayer por la mañana declaraciones de los políticos y saltos de Pilar Rahola cantando 'Bella ciao' frente al consulado italiano en Barcelona. A mí me gustaría pedir perdón a los italianos. No se lo merecen. Por la tarde, el juez de Sassari dejó libre al expresident. Imaginen a ese juez. Le ha caído en la mesa un asunto de peliagudas implicaciones internacionales justo antes del 'weekend'. Pues también quiero pedirle perdón. Vaya usted a disfrutar con la familia, señoría. Y a ver si el domingo gana el Cagliari.
Puigdemont debe comparecer en el juzgado el día 4, de modo que Junts tiene una semana de foco mediático para explotar su populismo desquiciado. Tendrán, eso sí, que competir con un volcán. En Esquerra lo que tendrán que hacer es disimular lo mucho que detestan a Puigdemont. Si se fijan, el desafío del expresident ya no interpela al Estado opresor sino al entendimiento entre Esquerra y el Gobierno. La batalla es por el poder en Cataluña. Y eso no es muy heroico. Es más bien crepuscular. Puigdemont llegó a Cerdeña para asistir a un festival folklórico en Alguer: sardanas, torneos de morra, conferencias sobre toponimia histórica… Puede que incluso se entregase él mismo al llegar al aeropuerto. Pero no por dinamitar la legislatura española, sino porque a veces un hombre lo ve de pronto claro. Y se lanza en brazos de los carabinieri. Repitiendo «más sardanas no». Pidiendo ayuda.
BOTEllÓN
A poco que siga complicándose lo del botellón, es probable que veamos a los alcaldes encabezando rogativas para que llueva mucho las noches del fin de semana. De ese modo, igual los jóvenes no tienen otra que suspender la juerga al aire libre como suspenden los toreros las corridas: a causa de las condiciones meteorológicas, buscando el aplazamiento de la fecha y diciéndole después a la prensa que ellos venían con toda la ilusión al botellón, muy preparados, pero que en esas condiciones no puede darse el espectáculo. La otra opción, que los ayuntamientos impidan que se haga en la calle algo que está prohibido hacer en la calle, parece inalcanzable. El desconcierto de las autoridades aumenta y a veces provoca sermones y a veces fricciones. Y eso que ellas mismas demostraron durante la pandemia que intervenir antes de que la multitud esté congregada y pasada de alcohol es algo que incluso puede llegar a funcionar.
AFGANISTÁN
Una de las cosas más bonitas que dijo el portavoz de los talibanes en su regreso a Kabul es que «querían olvidar el pasado». Ahora el mulá Nurudín Turabi, ministro de Prisiones y exministro de Justicia, comenta que lo de cortar manos deberían volver a hacerlo pronto «por razones de seguridad». Quizá se intuye que Turabi es un talibán de la vieja escuela. Le gusta cortar cosas y ejecutar gente por razones morales. Es probable que hable claro porque no entendió la orden: olvidar el pasado. Hasta que el resto del mundo se olvide de Afganistán.
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