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He estado unos días en Santander por razones de trabajo y me he enamorado de la ciudad. Ya la conocía de otras veces, pero en esta ocasión ha habido un flechazo. He pensado en que me podría comprar un piso en Santander y mientras paseaba ... por la ciudad miraba pisos en venta y pegaba mi nariz en los escaparates de las inmobiliarias. Casi acabo entrando en una. No es tan fácil cambiar de ciudad. Paseando por la bahía de Santander surgía de mi pensamiento una voz obsesiva: «tú aquí serías feliz». Y yo le preguntaba a la voz que me hablaba: «dime por qué sería feliz aquí». Y la voz me contestaba: «por dos cosas, fíjate; es pleno verano y no te estás asfixiando de calor; es la una del mediodía y estás paseando por Santander sin que una gota de sudor cruce tu frente». Y es verdad, la voz tiene razón. No sudo. No me va a dar un golpe de calor, como pudiera pasarme en Madrid, Sevilla, Zaragoza, Córdoba o Lérida. El calor español de las ciudades del interior es inhumano. No te deja trabajar. No te deja vivir. Ay, ahora caigo en la cuenta de que me falta la segunda razón. E interrogo a la voz por la segunda razón. La voz se queda en suspenso. Y al final dice: «Las rabas de calamar. Llevas toda la semana comiendo rabas de calamar, confiésalo». Santander ofrece rabas de calamar en cualquier bar o restaurante. Es una especialidad de la ciudad. Podría pasarme la vida comiendo como único plato las rabas de calamar. Pero no en todos los sitios son iguales. Hay una pequeña y silenciosa y casi invisible rivalidad entre los restaurantes santanderinos que consiste en saber quién cocina las mejores rabas de calamar de la ciudad. Yo he probado muchas. Las rabas de calamar tienen el poder del mar, el sabor de la bahía. De ahí su éxito. El edificio Botín, obra del arquitecto Renzo Piano, es otro de los recientes espectáculos arquitectónicos de la ciudad. Es una competición entre el mar y el acero y el vidrio. En la azotea del Centro Botín uno se siente capitán de barco. En la actualidad hay una exposición de Joan Miró. En la colección permanente hay un Sorolla que me encanta. No sé por qué no se habla más de Sorolla, a mí me parece un pintor tan grande como el que más. También me gusta mucho Gutiérrez Solana, del que también hay obra en el Centro Botín. España entera debería de hablar más de Sorolla y más de Santander. Siempre estamos hablando de las mismas ciudades: de Madrid y Barcelona. Y nos olvidamos de muchas otras. Paseando por las escaleras y los balcones del Centro Botín hay un momento en que no sabes si estás sobre el mar o sobre la tierra, es uno de los encantos del edificio. Contrasta la modernidad del Centro Botín con una estación de tren que se ha quedado pequeña y vieja. Me voy de Santander pensando en volver pronto. Un hechizo de leve lluvia y nubes me dice adiós desde el cielo.
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