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Puigdemont se va a Bélgica y ahí se quedan los catalanes con sus banderas, sus cánticos y su sueño independentista al socaire de la historia

Jueves, 2 de noviembre 2017, 00:57

Existe en todas las civilizaciones y culturas un código ético para los profesionales que afecta, especialmente, a quienes ostentan cargos de responsabilidad -cuanto más alta la responsabilidad, mayor exigencia- y que, de no cumplirlo, pueden verse sometidos a sanciones muy graves, incluida la expulsión permanente ... de su profesión. Un general, por ejemplo, no puede abandonar a su ejército aún cuando esté próxima la derrota; un capitán de barco no lo abandonará hasta que toda la tripulación se encuentre a salvo. Y así en todas las profesiones. Además de existir algo llamado solidaridad, como la existente entre mineros, marineros y otros. Por desgracia, para los cargos políticos, no parece existir más código que el de salvar su propio trasero y, si se puede, el cargo o poder. El señor Puigdemont, a la que se percató de la gravedad supuesta por la proclamación de la República catalana, hizo dos cosas absolutamente faltas de ética y solidaridad: la primera enviar a su familia fuera del país, imagino que bien pertrechada para resistir el exilio; la segunda, exiliarse él mismo y algunos cargos de su inexistente gobierno en un país europeo, Bélgica, invitado por un primer ministro, como mínimo, de derechas. ¡Y ahí se quedan los catalanes! Con sus banderas, sus cantos, sus puños en alto y su sueño independentista, al socaire de la historia. Por lo visto, pretende figurar como un presidente en el exilio… La huida de otros, no es física; se limitan a pasar la pelota de la culpa a quienes ocupan un escaño inferior al suyo. Es curioso que la primera defensa de Puigdemont del ya no se sabe qué fuera la de poner a su familia fuera del foco y, de paso, llevarse los euros fuera para no pagar las posibles repercusiones de su cartera. No dejo de preguntarme a qué se debe la prácticamente nula catadura moral de nuestros gobernantes. Lo suyo, a la vista de sus comportamientos, poco tiene que ver con ideologías o ideales, si no más bien con llegar al poder y aferrarse al mismo con uñas y dientes. Además, en todos ellos, figura la necesidad de pasar a la historia con una cierta aureola de diferencia y excelencia. Nunca parece importarles qué consecuencias traerán sus actos a los inferiores que se limitaron a cumplir sus órdenes. Y cuánto más arriba en el escalafón del poder, menos ética. Deber ser el vértigo del poder o alguna otra malformación mental de los mismos. Naturalmente, suena mejor en el currículum «presidente en el exilio» que «presidente imputado y encarcelado por diversos cargos». Tal vez espere una reacción europea, pero no ha previsto que la primera reacción se producirá en la propia Bélgica, donde los socios de gobierno del ministro Theo Trancken pueden cargarse la coalición que les permite gobernar y entonces quien salvará su propio trasero serán quienes invitaron a Puigdemont. En fin, como señala el dicho popular, «las ratas son las primeras en abandonar el barco en caso de peligro».

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