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El 7 de enero de 2015, dos hombres armados penetraron en la redacción del semanario francés 'Charlie Hebdo'. Mataron a doce personas e hirieron a once. La razón de aquella carnicería se encontraba en unas caricaturas de Mahoma publicadas en la primera página del semanario. ... Pocos dudaron entonces, al menos entre los demócratas, que el brutal atentado había sido un golpe directo, sangriento e inmisericorde contra la libertad de expresión. La manifestación de las ideas estaba por encima de cualquier convicción política, de cualquier creencia religiosa, de cualquier sentimiento individual o colectivo. Era un derecho, se proclamaba, que concretaba el debate, que potenciaba la conciencia crítica y, en definitiva, que permitía la manifestación de ideas, imprescindibles éstas en democracia. Junto a esto, la connotación humorística lo desvestía de cualquier ropaje sospechoso de odio o de incitación a la violencia. 'Je suis Charlie' (Yo soy Charlie), fue el grito de denuncia ante semejante atentado contra la libertad de expresión y la democracia.
Quizá porque todo aquello ocurrió en Francia, todos fuimos más propensos a la solidaridad. No sé. Si hubiera sido España… Pues es en España, precisamente, donde ahora se debate hasta qué punto un payaso llamado Dani Mateo puede hacer payasadas tales como sonarse la nariz con la bandera nacional. ¡Menudo calvario le espera! Se habla de ultraje a la bandera, de ofensas al sentimiento nacional, de incitación al odio y hasta de incitación a la violencia. Y todo por un número cómico de una cadena privada concreta que sirve a una línea ideológica concreta, y que es vista por un público concreto que a buen seguro no se escandalizó con la mocarrada. ¿Puede un chiste con la bandera de España de por medio incitar al odio o a la violencia? ¿Ofende el sentimiento nacional? Resulta paradójico todo esto en un país en el que, en los cenáculos privados y hasta en los públicos, se hacen chistes mucho más groseros y desagradables. ¿Acaso la bandera es patrimonio sagrado y de obligado respeto para todos? No. Los símbolos no están exentos de la crítica y de la sátira. Y no lo deben estar por respeto a uno de los derechos más sagrados que tenemos: la libertad de expresión. Es ese derecho, el mismo que nos movilizó hace tres años, el que debemos seguir defendiendo, nos guste el sketch o no, nos guste Dani Mateo o no, nos guste la cadena privada en cuestión o no.
A lo mejor, como ha señalado la fiscal general, María José Segarra, lo que hay que hacer es marcar un criterio de proporcionalidad para que escándalos derivados de un número humorístico no se conviertan en un insulto a la inteligencia ni acaben por cuestionar el libre y saludable debate de la ideas.
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