En 1910, Ortega y Gasset escribió el ensayo 'Adán en el Paraíso' donde abordaba el tema de la pintura. Tenía 27 años. De esas páginas se repite con cierta frecuencia una frase, creo que apenas leída en su contexto. Decía Ortega que no hay una ... realidad inmutable y única con la que comparar los contenidos de las obras artísticas. Y aquí venía la frase de marras: «Hay tantas realidades como puntos de vista. El punto de vista crea el panorama». El geólogo e ingeniero de caminos Jorge Molinero ha recordado esta idea para introducir un libro que ha coordinado con el traductor Larosi Haidar, profesor de la Universidad de Granada: 'Saharauidades' (Wanáfrica), que contiene quince relatos de otros tantos autores.
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Estas palabras de Ortega aportan un sentido peculiar al libro. Para el filósofo, ver y tocar las cosas no son sino maneras de pensarlas, así «sabemos que una cosa no es lo que vemos con los ojos: cada par de ojos ve una cosa distinta y a veces en un mismo hombre ambas pupilas se contradicen». Para Ortega, «el hombre es el problema de la vida». Pero «un cuadro es tanto más perfecto cuanto más referencias haga cada centímetro cuadrado del lienzo al resto de él». La construcción de la coexistencia supone conllevarse, tolerarse y potenciarse mutuamente.
Esta es la cuestión, también para el Sáhara que España abandonó en manos de Marruecos; un país que al poco levantó un muro de unos 3.000 kilómetros, cerrando el paso a las acciones del Polisario y a la vuelta a su tierra de los refugiados saharauis.
La lengua española dejó de ser considerada la lengua impuesta en el Sáhara Occidental por una potencia colonial. Muchos la asumen ya, desde un bilingüismo perfecto, como herramienta de pensamiento y de cultura y promueven el resurgir de «la escritura saharaui en español». Hay una 'saharauidad' que muestra con gusto nada disimulado su vena hispana, donde el término 'españolización' no es peyorativo. El español, pues, como factor distintivo que ha de ayudar a superar el espíritu tribal y las estructuras arcaicas saharianas que son una rémora para su desarrollo como comunidad. No sólo eso, tengo claro que hay que dejarse de armas y volcarse a conciencia en el pensamiento y la riqueza cultural, con autenticidad y haciendo fluir la fuerza de la razón.
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Hay que hablar de la cultura bidaní, formada por un mestizaje de bereberes y árabes, que tienen en común el hassanía, dialecto árabe, y que se extiende al oeste del gran desierto del Sáhara: con zonas de Argelia, Malí y Marruecos, y el conjunto de Mauritania y del antiguo Sáhara español. El nombre de este territorio de pastores nómadas y de seminómadas es Trab al Bidan, 'la tierra de los blancos'.
Nunca se debe falsificar la historia, tampoco a base de idealizar y ocultar. El relato que abre el libro es de Pablo Ignacio de Dalmases, quien, si no ando equivocado, es el español que más sabe y mejor conoce el mundo saharaui. Aborda de modo entrañable el crecimiento de un niño esclavo que pertenecía a los señores aborígenes. Su sentido de la dignidad y la ilusión de igualdad se centraban en participar de la españolidad; lejos de toda fachenda carpetovetónica y peninsular. Dalmases despliega en su texto un amplio abanico de términos saharauis, traducidos en un glosario. Todos conocemos, sin duda, el significado de jaima y de saharaui, aceptados por el Diccionario de la Lengua Española; no decimos sahariano o sahariana (que queda reservado para una chaqueta).
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No siendo este texto una reseña del libro, no entraré en otros relatos, salvo el de Baida Embarec Rahal que narra, sin aspavientos y con realismo, un drama concreto por la discriminación genérica a la mujer; la protagonista dirá de una de sus hijas que la ve «como una vela que expulsa a los fantasmas de la oscuridad y la soledad de mi vida». También citaré a la cineasta canaria María Jesús Alvarado, quien glosa el desierto: «no hay lugar más libre y puro, que nada ni nadie puede poseerlo»; «el viento no deja posarse nada que lo manche». O bien, «que lo que el tiempo borra, el viento lo restituye, y que lo importante sigue inalterable, que, bajo toda apariencia novedosa, el pasado está con ella, porque su tiempo es también hoy, y aún está intacto».
En esos lazos de calor y polvo estaba también el coronel cubano Francisco Bens (nacido en 1867), quien fue gobernador de Río de Oro y que entendía que España sin África es un país mutilado. Él decía llevar el desierto «pegado a los huesos». Deploraba en sus memorias que las luchas políticas interiores absorbiesen la atención del público español, siempre de espaldas y desdeñoso hacia los asuntos africanos.
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Que hoy no quede por nosotros. No se trata de colonialismo ni de multiculturalidad. Se trata, si se quiere la voz, de interculturalidad; de rebozarnos de otras realidades humanas y aprender de ellas.
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