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Sacar a Vox de sus casillas

Sacar a Vox de sus casillas

El llamado neofascismo no tiene nada de nuevo salvo que se vale del sistema democrático para actuar

Domingo, 9 de diciembre 2018, 01:20

En semblanzas por el fallecimiento de Bernardo Bertolucci se recordó de su película 'Novecento' el personaje del fascista camisa negra Attila, que interpretó Donald Sutherland con eficacia perturbadora. Son memorables dos secuencias con Attila: la que ata a un gato al tronco de un árbol, dice que se suponga que representa al comunismo, y lo revienta de un cabezazo; y la de los terratenientes e industriales reunidos en la iglesia que echan dinero en el cepillo que pasa Attila para que los fascistas tengan medios para protegerlos de los comunistas. Ese fascismo hubo que frenarlo a tiros en la mayor guerra de la historia. Ese fascismo no es el de Vox. Tampoco lo es el del fanático Anders Breivik, el asesino de adolescentes en la isla noruega de Utoya (recomendable ver '22 de julio', de Paul Greengrass), quien se declaró caballero templario en misión de guerra por la restauración de los valores cristianos de occidente y el fin del multiculturalismo. Para frenar ese fascismo bastó con dejarle explicarse, juzgarlo y meterlo en la cárcel.

Dicen los analistas que el fascismo de Vox es el de los partidos de extrema derecha que han brotado en Europa y el del populismo simplista y avasallador que representa Trump en Estados Unidos (personaje tan plano que parece salido de un cómic de Batman; aún me deja perplejo que esté ahí). Que casi 400.000 andaluces hayan dado por bueno con su voto un mensaje de odio, machismo, homofobia, racismo, xenofobia, desprecio y exclusión, es alarmante. Ese llamado neofascismo no tiene nada de nuevo, salvo que se vale del sistema democrático, que desprecia y considera blando, para estar presente y poder actuar. Y ni siquiera eso es nuevo, hay siniestros precedentes de todos conocidos.

¿Cómo frenar el fascismo de Vox? ¿Cómo evitar un crecimiento futuro? De dos maneras civilizadas y probablemente eficaces. La primera, que la izquierda no deje de votar. Supongo que esa alta abstención de un 41,3% en las elecciones andaluzas habrá hecho llevarse las manos a la cabeza por los resultados a más de uno que no votó socialista. La segunda la expuso una prestigiosa y veterana periodista (fue en una conversación privada y por ello omito su nombre): sacar a Vox de sus casillas; es decir, en sus comparecencias públicas, en vez de preguntarles por la inmigración o cualquiera de sus campos de descalificación en los que se mueven cómodos con sus lemas de camiseta, poner en evidencia su falta de contenido, capacidad y criterio respecto al sostenimiento del sistema de pensiones, la fiscalidad, la sanidad pública, la educación y un largo etcétera (funcionó con Marie Le Pen). Quizá de este modo se evite el voto fácil. Porque confiar en que la derecha que se considera más moderada no pacte con ellos y los aísle, es como esperar la resurrección de los muertos.

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