Lo reconozco: me han tenido que pegar un toque. Qué dónde estaba la columna, me han wasapeado. Qué despiste. Mi cuerpo estaba aquí, pero mi cabeza seguía en la playa. Eso sí que es disociación, y no lo de Santa Teresa. En mi defensa diré ... que aún no ha llegado septiembre. Pero es que ya estamos a todo trapo. Y qué trapo. Trapos sucios que han dejado de lavarse en casa para enjabonarse en público y tenderse en la cuerda de la ropa que va de punta a punta de este país, que del cabo de Gata hasta Finisterre, hay que ver la gente cómo está con J. R. Y con Rubiales. No es para menos. Pero, por mucho que se lave, sigue haciendo falta lejía a mogollón porque las manchas no terminan de saltar: por cada una que se quita, aparece otra en forma de la cosa no es para tanto, lo del beso fue fruto de la euforia del momento o estas son unas niñatas que se dejan manejar por el «falso feminismo».
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Pues las niñatas han dicho que hasta aquí. Y a lo Anabel Pantoja: «Se acabó. Fin, The end. Ya. Game over. Fin. ¿Vale? Ya está». Claro que, para ello, además de luz, y taquígrafos, han necesitado imágenes incontestables. Otras mujeres, en cambio, no tienen esa posibilidad, y siguen sufriendo vejaciones y abusos en silencio porque se juegan el curro, o porque se las tilda de locas, mamarrachas o busconas en cuanto lo cuentan. ¿Lejía he escrito? Mejor salfumán.
Para rematar, la madre de Rubiales se ha encerrado en una iglesia en huelga de hambre. Que viva la astracanada y que no pare la fiesta. Si lo primero que visité en Marbella fue la parroquia de La Encarnación, aquella donde se casaron Lolita y Guillermo, cuando vaya a Motril me pasaré por la iglesia de la Divina Pastora. Y por la playa, para traerme mi cabeza. Allí sigue.
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