El voto latino fue la clave de la victoria electoral de Donald Trump. Aunque todavía no tenemos una imagen completa del porcentaje de apoyo por grupo demográfico (no tenemos aún sondeos postelectorales decentes), las encuestas a pie de urna indican que el candidato republicano pasó ... de un 32% del voto latino en 2020 a un 42% en 2024, algunos sondeos hablan incluso de 14 puntos de mejora. Trump sacó su mejor resultado entre latinos varones menores de 40 años, con un 48%; una quinta parte de ellos participaba por primera vez.
Los hispanos representan cerca de un 15% del electorado. Dado que el margen final de Trump fue un ajustado 1,5%, esos diez puntos adicionales parecen explicar casi por completo la victoria republicana.
Resulta difícil creer que un candidato bravucón, abiertamente autoritario y ocasionalmente racista que hizo de las deportaciones masivas de inmigrantes su principal seña de identidad fuera capaz de ganar apoyos entre una comunidad latina que estará, a buen seguro, en el punto de mira de las autoridades migratorias. La explicación, sin embargo, es un poco más complicada, porque el 'voto latino', como tal, es mucho más complejo de lo que parece.
En las elecciones de noviembre probablemente votaron alrededor de 20 millones de hispanos. Para los encuestadores, este grupo incluye a personas de ascendencia cubana, mexicana, puertorriqueña, de América del Sur o Centroamérica, o cualquier otra cultura u origen hispano sin importar la raza. Esto quiere decir que dentro de esta categoría entran desde un hondureño recién naturalizado que inmigró al país hace diez años a un nieto de inmigrantes mexicanos que cruzaron la frontera en 1920. Tenemos ingenieros venezolanos trabajando en petroleras en Dakota del Norte y alguien que se apellida Camacho y que es descendiente de un colono extremeño llegado a Arizona en 1680. Los latinos son un grupo excepcionalmente diverso, tanto en historia familiar como en herencia cultural, y eso se traduce en que hablar de ellos como categoría demográfica inevitablemente creará una falsa impresión. El voto latino no existe; lo que vemos son votantes latinos, a menudo con perspectivas muy dispares.
Los sondeos, por desgracia, no suelen tener un nivel de detalle suficiente para analizar con precisión cómo se pronuncia cada grupo; los encuestadores suelen ir bastante perdidos. En general, sabemos que los latinos de origen cubano y venezolano (de hecho, los que vienen de países con dictaduras) son mucho más republicanos que puertorriqueños y mexicanos. También sabemos que la afiliación religiosa tiene un peso considerable en el voto; los evangélicos son mucho más conservadores, y los católicos practicantes, a pesar de seguir votando demócrata, respaldaron más a Trump que los no religiosos. Siguiendo el patrón del resto del electorado, los electores hispanos con educación superior se decantaron en mayor proporción por Harris. La clase social y el nivel de ingresos, mientras tanto, no parece influir demasiado.
Hablar de inmigración incluso favoreció a los republicanos, porque los votantes ya asimilados quieren limitarla
La inmigración, o más concretamente, cuándo llegaron al país tiene una influencia clave. Los latinos naturalizados suelen ser muy demócratas, sus hijos y nietos se hacen progresivamente más republicanos. Dejar de hablar castellano, en general, es un buen predictor de moverse hacia la derecha en muchos sondeos.
Lo que sucede, en este caso, es algo común a todas las oleadas de inmigrantes anteriores en Estados Unidos: según pasan los años, los recién llegados empiezan a asimilarse al país, tanto en cultura como en patrones de voto. Es decir, se 'emblanquecen'.
Lo vimos con los irlandeses, a finales del siglo XIX, o los italianos, a principios del siglo XX; también con griegos, judíos, noruegos, polacos, rusos, y básicamente toda nacionalidad llegada al país. La primera generación suele votar demócrata, y es tratada como un bloque político específico durante un par de décadas. Pasado cierto tiempo, se organizan y luchan por su derecho a asimilarse, a menudo promocionando con orgullo alguna festividad propia (léase San Patricio, 'inventada' en Estados Unidos). Una vez lo consiguen, abandonan poco a poco su idioma, envían a sus hijos a la universidad, prosperan y ganan dinero, y sus patrones de voto pasan a ser indistinguibles del resto del país. Dejan de ser italianos, irlandeses o polacos, y pasan a ser 'blancos'.
La evolución de la comunidad latina está siguiendo un patrón similar. La gran oleada migratoria latina empieza en los 80; muchos votantes que alcanzan la mayoría de edad este ciclo electoral son sus nietos. Esta segunda o tercera generación tiene muy poca relación con su país y cultura de origen, y son, en muchos sentidos, 'americanos' en todo menos su apellido. Lo único que ha mantenido al voto latino como un bloque demócrata es la llegada más o menos constante de nuevos inmigrantes, pero la tendencia natural del grupo es que dejen de serlo.
Durante la campaña presidencial, los republicanos claramente fueron conscientes de esta dinámica, y centraron su estrategia en esas nuevas cohortes de votantes. Apelaron directamente a los evangélicos, cortejaron a cubanos y venezolanos, y buscaron movilizar a gente que no suele acudir a las urnas. Hablar de inmigración incluso les favorecía, porque los votantes ya asimilados quieren limitarla.
Los demócratas, mientras tanto, se perdieron por completo. El partido tiene la mala costumbre de tratar al voto latino con una extraordinaria condescendencia, apelando a identidad cultural e inmigración con unos niveles de miopía inexplicables. Hablan de diversidad, pero sin entender los matices y complejidad de este grupo de votantes. Usan palabras extrañas que dan patadas al idioma (¡latinx!) e insisten en tratarlos como víctimas, a pesar de que los hijos de inmigrantes suelen tener una movilidad social extraordinaria.
El resultado ha sido, previsiblemente, un sumidero de votos, especialmente entre latinos jóvenes. Y con ello, una derrota electoral no del todo inexplicable.
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