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Cuando Pedro Sánchez tomó en septiembre la decisión de provocar la convocatoria de unas nuevas elecciones lo hizo convencido de que el electorado progresista iba a romper con su voto la situación de bloqueo e inestabilidad que vivía España y que lo haría premiando al ... PSOE y castigando a Unidas Podemos y a Ciudadanos.
Desde los comicios del pasado 28 de abril la actuación de Sánchez no ha estado guiada por una estrategia que tuviera como objetivo central conseguir la investidura y formar gobierno. Lo que ha primado ha sido una estrategia donde el interés político general se subordinaba al interés electoral de corte más partidista, sustentado en unas previsiones demoscópicas que justificarían la operación en aras de un bien superior.
Una apuesta arriesgada, pues, salvo que los resultados del PSOE sean tan brillantes como los que anticipa el CIS, Sánchez se puede encontrar la noche electoral con menos margen de maniobra que la noche del 28-A, lo cual haría perder peso específico al PSOE. Un debilitamiento que podría darse tanto respecto de sus posibles aliados progresistas como del bloque de derechas.
Igualar el resultado de los comicios de abril o añadir tres o cuatro diputados a los 123 obtenidos entonces, sería un resultado muy insuficiente que pondría de manifiesto el cálculo demoscópico erróneo que sirvió de base para tomar la decisión de ir a nuevas elecciones. El PSOE tiene como primer gran reto intentar reducir el porcentaje de sus votantes que disgustados por el 'fracaso de la izquierda' se inclinan en estos momentos por la abstención.
Este es el flanco que le puede impedir crecer en su resultado, pues es posible que neutralice los ingresos de votos que pueda tener de una parte de los votantes de Ciudadanos y de Unidas Podemos.
Resulta difícil articular un discurso electoral coherente que dé satisfacción a estos tres ámbitos divergentes. Mucho más difícil adoptar compromisos claros de corte programático, lo que lleva a convertir el discurso político en retórica líquida y volátil. Lo sucedido con el programa electoral, con el «olvido» inicial de hacer mención expresa del compromiso con el federalismo y con la caracterización de España como un estado plurinacional son muestras claras de cómo un supuesto interés electoral puede disolver una convicción política.
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