Revolución
Vivimos en un mundo revolucionado y sus habitantes apenas si nos damos cuenta de las consecuencias
juan francisco ferré
Martes, 21 de mayo 2019, 00:42
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juan francisco ferré
Martes, 21 de mayo 2019, 00:42
Nadie sabe si este siglo acabará siendo tan revolucionario como promete. Esta promesa ya no pasa ni por la utopía ni por la distopía, sea esto lo que sea, ni por imponer a la realidad los discursos más radicales. La revolución ya no es lo ... que era, como tantas otras cosas. Ahora la revolución cambia la vida y la mentalidad de la gente, como la publicidad, sin alterar el orden social ni la economía. Bastante hacemos con sobrevivir a diario al fracaso de nuestras ilusiones y, aún peor, a su realización como para que vengan a contarnos películas sobre cómo debemos vivir, qué valores es correcto sostener y qué políticas apoyar para ser considerado guay. La derecha nos acusa de pringados y protestones solo por pensar que para cumplir los deseos de los ricos hay que ser rico. La mayoría vive la misma vida y consume los mismos productos y tiene los mismos sueños, sin saber si podrá financiarlos. Pero ocupar un lugar precario en la sufrida clase media también te condena al regaño de la izquierda. Nunca eres bastante solidario ni concienciado ni comprometido. La izquierda te imputa los desmanes constantes que se cometen contra el medio ambiente, las minorías sexuales y los pueblos del tercer mundo. Y la derecha te tacha de desagradecido si expresas decepción, te sientes frustrado en tus expectativas o te atreves a quejarte del excesivo trabajo y el escaso salario, las malditas horas extra y los contratos basura. O culpable o fracasado. Es el destino bipolar del ciudadano en este mundo complejo.
Y no tienes a nadie que te defienda, no vale engañarse. Esos que quieren captar tu voto vendiéndote resentimiento o rencor son los peores. Quieren absorber tu negatividad para volverla contra el mundo. Y tú no eres así, ni lo serás nunca. Para ti no representan ninguna amenaza los homosexuales, los transexuales, los inmigrantes, los animales, las políticas sociales, la gente diferente. Nada de esto te provoca pesadillas. Escuchas la palabra revolución en muchas bocas y sonríes. Te anuncian incontables revoluciones por minuto en todas partes y no te asustas. Hoy no eres nadie, ni puedes aspirar a nada, si no revolucionas tu negocio, ya sea la cirugía estética, las aplicaciones de móvil o la depilación íntima, la campaña electoral, el fútbol o la juguetería sexual, la gastronomía regional o la automoción inteligente. Vives en un contexto revolucionario de la mañana a la noche y también tu cuerpo, ay, se revoluciona a menudo. Son tiempos de revolución permanente y revolcón inminente. Y esto incluye una lección para Podemos. La estrategia idónea para escapar del discurso capitalista no es parecer un santo. Un machito santurrón o una fémina santísima. El remedio contra la impotencia política es la risa. En un mundo como este, sí, la ironía y la risa son revolucionarias.
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