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Puede observarse en el clima, la naturaleza y el comportamiento de las personas. El conjunto de lo primitivo reacciona ante un avasallamiento que lo amenaza de extinción. El progreso técnico, lo políticamente correcto y la supremacía de la competitividad han brindado irresistibles ventajas a la ... mejora de las condiciones de vida de los individuos, reduciendo la pobreza económica y alargando la esperanza de vida hasta niveles jamás vistos. Pero tanta eficiencia y progreso material no están saliendo gratis.
En el ámbito de las personas, las mejoras materiales han propiciado que pasemos desde lo colectivo hacia lo individual. Un fenómeno sustentado en la reducción del coste del bienestar per cápita. Me explico. Hasta el siglo XX cada persona necesitaba mucho más de sus vecinos; nuestros antepasados cooperaban mucho: cofradías, gremios, tradiciones de trabajo comunitario... La interdependencia y la corresponsabilidad incluían también a los antepasados: se preservaba su memoria y se conservaban colectivamente el entorno natural y los bienes comunales que nos legaron. La valoración de lo común propiciaba que fuera raro el vandalismo contra las propiedades públicas. Ese sentido de continuidad se visualizaba en la importancia de la casa, medio y el símbolo del enraizamiento de un linaje en un lugar. El compromiso con la tierra y la reputación familiar se entendían superiores al interés individual de quien en un momento dado disfrutaba la herencia familiar. En resumen, prevalecía el valor de la pertenencia a la comunidad.
Pero la nueva economía ha trasformado las relaciones humanas. La tecnificación incluso permite al agricultor gestionar su explotación sin la ayuda del vecino; en tanto que las industrias ya no reúnen en un lugar a numerosos obreros, pues los robots y la subcontratación eliminaron muchas tareas. Así se han destruido muchos lazos de solidaridad y ha ido conformándose un tejido productivo bipolar: infinidad de autónomos y pymes conectados mediante sistemas informáticos, comerciales y logísticos a gigantes como Amazon, Google, Microsoft, Uber o Facebook.
Este triunfo del individualismo es producto del Estado del Bienestar; pues este brinda unos servicios que antes solo se conseguían cooperativamente o a través de la Iglesia. Una seguridad material que ha provocado que se elija no tener hijos porque ya no se siente la necesidad de que alguien nos cuide en la vejez. Así declina el instinto inmemorial de perpetuar la estirpe, la población de una aldea... Uno nace, vive y muere concentrado en pasarlo lo mejor posible. Y punto final. Las consideraciones éticas se van adaptando a las conveniencias individuales, procurándose desviar hacia el Estado las más gravosas. De algún modo, el Estado ha sustituido a los hijos y los vecinos como 'colchón de seguridad'.
Pero todavía quedan quienes piensan en términos de 'nosotros' y de 'continuidad'. Suelen encontrarse en el medio rural. Son 'primitivos' porque no siguen modas ni llevan ropa de marca; insisten en sus costumbres: fuman y beben, les gusta cazar y pescar, participan en coros, cuidan de sus templos y ritos locales... Pero como son de los colectivos menos numerosos y reivindicativos, han ido cediendo a la creciente lista de normas que les tutelan su quehacer cotidiano e incluso prohíben algunos hábitos y tradiciones. Pero ya empiezan a resistirse a que personas situadas lejos de ellos les impongan cómo conservar sus montes, celebrar sus fiestas… desde las capitales.
Estos colectivos se están revolviendo contra una modernidad que les está aniquilando. Una de sus reacciones consiste en apoyar a los partidos populistas y nacionalistas. Así lo demuestra un estudio del profesor Rodríguez-Pose (de la London School of Economics) acerca de los lugares que no importan. Pone de ejemplo París, el único de los 42 departamentos franceses que ha crecido más que la media en los últimos 25 años; y también cita que tanto Trump como Boris Johnson tienen sus partidarios más fieles en los habitantes de las zonas rurales. Choca que países avanzados y con larga tradición democrática hayan alineado tanto a sus ciudadanos más 'primitivos'; hasta el extremo de que una gente por lo general muy sensata no encuentre mejores 'campeones' de sus modos de vida.
Y acabo: la pandemia nos ha movido a mirar mejor a la casa del pueblo que nos dejaron los abuelos, así como a los parientes y amigos que se quedaron allí. Porque en la hora de la angustia todo el que ha podido se ha refugiado en ese entorno seguro. La adversidad invita a repensar la verdadera importancia de lo primitivo, relegado a imagen pintoresca o atracción turística.
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