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La desaparición del espacio y del tiempo, el vivir de forma ubicua en cualquier parte del mundo -ser testigo de un atentado en Afganistán o en Alemania, ver a las tropas turcas entrar en Siria, observar al mismo tiempo a los indígenas del Ecuador ocupar ... la capital Quito- y el vivir sin pasado ni futuro por vivir en un presente efímero a causa de la llegada de nuevas novedades continuas producen en muchas personas una gran sensación de caos. Todo fluye, nada está en su sitio, nada tiene densidad de realidad, la velocidad del acontecer destruye todo lo que pretende tener voluntad de permanencia sobre la que construir un futuro que aporte cierta certitud.
Leo en José Jiménez Lozano ('Cavilaciones y Melancolías, Diarios 2016-2017', p. 135) este párrafo: «Pero ahora, al menos, parece clarísimo lo que Karl Löwith ya había avisado años atrás de los inconvenientes de una aventura católica en el mundo moderno, diciendo que 'la debilidad del cristianismo moderno -tan moderno como poco cristiano- radica en que ha asumido el lenguaje, los métodos, y los resultados de nuestras conquistas seculares, en la ilusión de que los inventos modernos son únicamente medios neutrales que, por fines morales y aún religiosos podrían ser cristianizados'».
No se trata de maldecir el Concilio Vaticano II ni de pretender volver a la Edad Media, o al menos hasta los comienzos mismos de la modernidad. Estos momentos en los que una joven de 16 años nos echa en cara que hemos creado un mundo inhabitable que peligra en su propia existencia y que le ha robado los sueños de su niñez -se puede añadir que la economía industrial capitalista responsable de esta situación es la que ha hecho posible el Estado de Bienestar del que también ha gozado la generación joven actual que protesta con tanta fe- ponen de manifiesto que todo actuar humano es ambiguo y ambivalente. Que puede lo bueno al igual que lo menos bueno e incluso lo malo a través de la misma acción.
Y obligan a reflexionar sobre la condición humana que no puede librarse de la ambivalencia de sus actos, reflexionar sobre el hecho de que también los actos que llevemos a cabo para superar la crisis ambiental de nuestro planeta tendrán en su día efectos colaterales que alguien maldecirá a su debido tiempo. Porque no somos dioses omniscientes aunque consideremos la ciencia actual como algo muy parecido al Dios soberano omnipotente de S. Buenaventura.
Vivimos una situación de alarma permanente. Emergencia climática, no tenemos planeta B, estamos destruyendo el soporte mismo que nos mantiene vivos. Se está produciendo una desaceleración sincronizada de la economía, como si la economía y las situaciones sociales -de pobreza, de desigualdades, de hambre y desnutrición- fueran a congelarse sin posibilidades de cambio, una situación de 'estanflación' en la economía, sin inflación ni deflación, quietos, parados, congelados. Olvidando, eso sí, que el hombre se construye y destruye continuamente, está quieto y en movimiento, vivo y muriendo, renovándose y recuperando el pasado.
Serán bastantes los que sientan que nos hallamos en momento de ruptura, los que se vean abrumados por la sensación de no entender nada de lo que está sucediendo, de que las claves con las que interpretaban el mundo, la realidad social, las relaciones humanas, la historia y la política ya no le sirven, que se ha quedado sin brújula. Y sin embargo si la historia, antiguamente llamada 'maestra de la vida', enseña algo es que ella alberga en sí misma tantas discontinuidades y rupturas como continuidades y renovaciones que no pueden vivir sin lo que renuevan y 'salvan' de lo que ya ha pasado.
El sueño de la modernidad ha sido y sigue siendo concebir ambos aspectos, las acciones humanas y sus sombras, sus efectos secundarios, de forma conjunta y simultánea, a la vez, y no una tras otra sin ver la conexión entre ambas. Algo parecido quiere decir Hegel cuando habla de Ilustración insatisfecha: la cultura moderna no consigue pensar la luz y la sombra, la vida y la muerte, la acción y sus consecuencias imprevistas juntas, no consigue conciliarlas la una con la otra. Hegel pretendió la conciliación dotando al hombre de los atributos del Dios destronado, muerto en la cruz y en la cultura moderna. Y de esta forma el Dios muerto se convirtió en el 'Moby Dick' de Melville, en el monstruo que se le ha escapado al hombre-capitán Ahab, a quien la bestia le ha arrebatado con la pierna sustituida por una de marfil la propia vida interna dejándole un vacío lleno de amargura y deseos de venganza que solo puede satisfacer cazando la ballena, imponiéndole su voluntad, haciéndose dueño de su fuerza invencible.
Escribe Melville que el capitán Ahab camina en la cubierta del 'Pequod' apoyado en la pierna muerta y en la viva, que camina sobre la vida y la muerte con la mirada fanática fija en la bestia cuya caza y muerte le puede restituir la plenitud perdida por su derrota en alguna caza anterior. Su contrapunto es Ishmael, quien tras el naufragio en el primer intento de cazar una ballena está solo, aislado en medio de un mar infinito azotado por una tormenta, en medio de olas como montañas y vientos fríos y furibundos, extraño en un mundo sin sentido.
Si el hombre moderno es Ahab que persigue al Dios convertido en fantasma por su doble muerte, histórica en la cruz de Jesús y metafísica en la cultura moderna, también es Ishmael perdido, aislado, solitario, azuzado por olas y vientos sobrehumanos en el infinito de un mar extraño e indomable debido a la ausencia del Dios transformado en la bestia Moby Dick que destruye todo lo humano que se le acerca.
La plenitud, la reconstitución que persigue fanáticamente Ahab-hombre moderno la concibe Hegel como la apropiación por el hombre de las cualidades divinas que no desaparecen con la muerte de su anterior sujeto, Dios, sin darse cuenta de que la única plenitud humana posible es la que se produce a la inversa, por medio de la desposesión que se impone Dios haciéndose hombre y asumiendo la muerte de cruz, una plenitud regalada por quien primero transitó el camino contrario al que ha emprendido la cultura moderna construyendo su propio fantasma Moby Dick tras el cual corre y navega repleto de todo el fanatismo del que es capaz.
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