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La realidad sociopolítica tiende a ser obstinada y no se suele ajustar a lo que algunos mandatarios desearían: nosotros o ellos, nada de matices. Pues no; en abril, el veredicto de las urnas volvió a demostrar que España lleva ya unos años lejos del dilema ' ... rosas o gaviotas' a la hora de señalar preferencias para gobernar en las Cortes de Madrid. De hecho, sumando ambas fuerzas no llegan ni a la mitad de los votos emitidos. La diversidad y el colorín de los resultados nos colocan de nuevo ante el hecho de ser un país plural, variopinto y matizado, lo que obliga a un esfuerzo extra de negociación, paciencia y transigencia, lo cual es incómodo, pero el producto final seguramente va a ser mucho más entonado con la realidad que los otrora gobiernos monocolor y unidireccionales. Sé que para muchos analistas y para los poderes económicos, los resultados de las urnas fueron un desorden ingobernable y un fiasco para sus esperanzas neoliberales y para su visión mercantilista de recortes y rebañes en los derechos de la clase trabajadora, conseguidos a base de sudor, lágrimas y calle. La ciudadanía, en general, castigó la corrupción -¡por fin!-, votó por un gobierno distinto, multicolor, necesitado de acuerdos y pactos de largo alcance, y desplazó a la derecha rampante.
El partido socialista obtuvo unos buenos resultados, lo que le obliga a subir al escenario y ponerse a gobernar. No hay otra posibilidad. Pero no tiene los apoyos suficientes, no cuenta con los instrumentos necesarios para la estabilidad y la armonía. Este director de orquesta, Sr. Sánchez, debe llamar a otras y otros músicos para organizar una buena ejecución y poder así interpretar la sinfonía de la voluntad popular. Dicho así, esto es una cursilada, sí, pero no va la cosa muy desencaminada, porque lo que debe hacer un presidente de gobierno es implementar medidas para encauzar los problemas de la mayoría de los ciudadanos, profundizar en sus derechos y deberes, gestionar recursos y que todas y todos nosotros acabemos considerando que, nos guste o no la obra interpretada, al menos ha sido bien ejecutada. Es decir, el arte de dirigir, el arte de coordinar, fusionar, consensuar, negociar, dirimir, transigir y, por fin, entregar a la ciudadanía la versión más melódica y fiel de su deseo político. Continúo en la cursilería, lo siento, estoy mirando al mar mientras redacto estas líneas.
Entro en barrena: el partido socialista tiene que negociar a su izquierda con Unidas Podemos y ofrecer cuotas de poder; no es baladí el apoyo popular de esta marca electoral y, en palabras socialistas, es su socio preferente. Pues pónganse a hablar, transigir y alcanzar acuerdos sin demora. La sobreactuación ya no se lleva más que en redes sociales. Quedan feos los órdagos, desplantes y descalificaciones de bodeguilla; la mayoría de la ciudadanía ni los entendemos ni los admitimos: estamos un poquito más arriba que eso. Así pues, no pasa nada por crear un gobierno de coalición, es más, hay una mayoría social que está pidiendo resueltamente que el próximo gobierno sea pactado y coaligado. Es decir, negociado. Según dicen los sociómetros, la opinión mayoritaria pide que el gobierno que viene acuerde y consensúe, tal y como hacemos el resto de los mortales: estamos acostumbrados a llegar a acuerdos, a negociar cada conflicto, sea familiar, vecinal, en la oficina, en las fiestas del pueblo, etc. y todos perdemos algo de nuestra idea original, pero todas y todos ganamos cuando se impone la solución pactada. Consíganlo; les votamos para ello. Es su trabajo y responsabilidad.
Lo ideal sería que este futuro gobierno mirara también a los excelentes resultados de los nacionalistas vascos y catalanes: tanto unos como otros han colaborado a menudo con la gobernanza nacional y qué mejor manera de aglutinar país que contar con ellos para una ejecutoria más abierta y fiel a los deseos de la ciudadanía. Es más, sería ideal que gestionaran poder, quizás en un ministerio que debiera crearse en torno a la idea del encaje de las nacionalidades en la Constitución. Por cierto, permítanme colar de rondón que yo no pude votarla por edad. Y parece claro que las fuerzas progresistas sí desean reformarla. Sería un buen reto, y se necesita coraje, pero ¿por qué no? Por último, a las derechas les reprocharía varias actitudes y palabrería desafiantes que nada positivo aportan, pero no vienen al caso ahora porque no son apenas protagonistas de nada.
En euskera decimos que no siempre el hecho de ser grande tiene que ser mejor y llevar razón, y que a menudo lo pequeño nos da más y mejores lecciones. Y así ha sucedido aquí al lado, en La Rioja: después de 24 años de gobierno del Partido Popular, la izquierda pacta y forma gobierno. Acuerdan un programa y asumen responsabilidades para gobernar la comunidad riojana. Es un ejemplo a seguir.
Para dirigir una orquesta hay que dar la espalda a la multitud, escuchar los matices de cada instrumento, empastar y acoplar distintas tonalidades y, claro, permanecer atento al pulso del público pero sin miedos y alejándose de los bulos sociales, de las malas lenguas resabiadas que pretenden hundir el concierto. Los espectadores aplaudiremos el conjunto, la obra del gobierno, pero el Sr. Sánchez dirigirá con suma atención y respeto su orquesta y, en definitiva, su obra. Porque, al final, el todo es mucho más que la suma de las partes. Ese será su mérito, aunar y armonizar una labor con materiales diversos pero elegidos por este lado del anfiteatro.
Lo que no admitiremos será su rendición. Nada de repetir elecciones. Si no son capaces de formar ahora gobierno no estarán legitimados para presentarse a otros comicios. Acuerden, cedan, conformen un equipo, un programa y un final razonablemente afinado. Es su trabajo.
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