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La joven estudiante que protagonizaba una sentada en Barcelona y declaró ante la televisión que estaban «luchando contra el franquismo» no vio necesario explicarse más. La idea de que el franquismo persiste en España está presente en conversaciones privadas, en tertulias y en las redes. ... Hasta el punto de que en determinados círculos y medios de comunicación opera como una evidencia empírica, sin que nadie precise a qué se refiere exactamente. La mención que el documento suscrito ayer por distintas formaciones soberanistas de Cataluña, Euskadi, Comunidad Valenciana, Baleares y Galicia hace a «la resistencia de las viejas estructuras del régimen anterior» para explicar «la imposibilidad de una plena democratización del Estado» es elocuente. La llegada de Vox a las instituciones y la litigiosidad con que los descendientes de Franco afrontaron la exhumación de sus restos han contribuido a que la idea se instale en el discurso menos formal de las izquierdas y de los nacionalismos, y en sus pronunciamientos más oficiales.
Hay una derecha -la del PP- renuente o invalidada para condenar o enjuiciar con severidad el Alzamiento del 36 y el posterior régimen de los vencedores; condicionada además por la presencia de Vox en el mismo lado del tablero político. Y hay una izquierda -incluida la gobernante- y un nacionalismo necesitados de confrontarse con el pasado; no solo en busca de justicia, también porque precisan movilizar a los suyos mediante la perpetuación de un adversario histórico. El llamado 'franquismo sociológico' es una suerte de nostalgia ante el desconcierto que todo sistema de libertades genera entre aquellos que recuerdan con agrado las seguridades de la dictadura; las disfrutasen o no. El anti-franquismo general es el mito sobre el que Pedro Sánchez ha elevado el «triunfo de la democracia» protagonizado por él.
Franquismo no es una categoría definida conceptualmente. Por lo visto, un mosso podría incurrir en franquismo si se excede en el uso de su fuerza contra quienes no la consideran legítima. Una sentencia judicial podría recibir el mismo apelativo si no resulta justo para los condenados. Una tercera parte de los españoles podría ser tachada de franquista porque no se mostraba de acuerdo con la exhumación de Franco. Y así sucesivamente. De manera que todo lo que no apunte o favorezca una profunda transformación en el estatus quo, podría ser tachada de franquista. La izquierda abertzale recurre a la 'colonización de las conciencias' para explicar que los que no se adscriben a la línea correcta han sucumbido a ese franquismo del que Euskal Herria no se desprendió porque sus representantes de 1977 se sometieron a la reforma de Suárez.
Frente al 'todo es franquismo' si no demuestra lo contrario, sería mejor convenir que 'nada es franquismo' si no promulga la eliminación física del presunto contrario, la liquidación de derechos y libertades, junto a la dación de unos cuantos privilegios que sitúen en la periferia del sistema a la inmensa mayoría de los adeptos, y en el ostracismo al resto de la población. Lo demás es pura banalización de lo peor de nuestra historia, de la que los herederos del 'generalísimo' son meros figurantes sobrevenidos, por agraciados que deban sentirse. Es insensato buscar y medir dosis de franquismo en la indiferencia tras la que mucha gente se refugia ante la confrontación partidista retrospectiva.
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