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Es posible odiar a alguien con todas tus fuerzas mientras al mismo tiempo profesas por él una absoluta, genuina, honesta admiración? Ahora que se cumple el segundo aniversario de la muerte de Isao Takahata, he recordado lo que sentí al ver su obra cumbre, 'La ... tumba de las luciérnagas' (1988). Y era exactamente la respuesta a esa pregunta.
A Isao Takahata le llevó una vida entera llegar a dirigir una de las mejores películas de la historia del cine y quizás la obra maestra de la animación japonesa. Primero tuvo que aprender a cautivar nuestro corazón creando personajes animados infantiles absolutamente entrañables. Junto a su inseparable Hayao Miyazaki, Takahata comenzó su carrera en la Nippon Animation. Él era licenciado en literatura francesa, y sin embargo no tardó en guionizar y dirigir episodios de una serie novedosa, 'Heidi, la niña de los Alpes' (1974). Todos los españoles mayores de 30 años somos capaces de cantar sin equivocarnos la introducción de la serie, desde ese inolvidable 'Abuelito dime tú'. Porque Heidi fue un éxito mundial asombroso, al igual que 'Marco, de los Apeninos a los Andes', o 'Ana de las Tejas Verdes'. Miyazaki y Takahata lograron crear personajes tan llenos de ternura, tan increíblemente cercanos, que no fallábamos ni a una sola cita enfrente del televisor.
Empujados por el éxito, Takahata y Miyazaki fundaron el Studio Ghibli, el emblema de la animación japonesa durante treinta años. Centrado en las labores de producción, Takahata aprendería de Miyazaki la capacidad de crear historias realistas y sin concesiones. Y cuando en 1988 ambos decidieron crear un programa doble, formado por dos películas como 'Mi vecino Totoro' (1988), probablemente una de las películas más optimistas jamás filmadas, resultó que Miyazaki no daba abasto para dirigir 'La tumba de las luciérnagas'. Y Takahata tomó el mando y logró aunar la capacidad de crear personajes vivos, humanos, absolutamente creíbles, tiernos y reales, junto a la ausencia absoluta de concesiones propia de una historia ambientada en el Japón de finales de la Segunda Guerra Mundial.
No desvelaré nada más porque este artículo es una ocasión magnífica para que busquen y vean una película no muy conocida como 'La tumba de las luciérnagas' y sientan lo que yo sentí al verla. La admiración más grande y el odio más exacerbado. Les dejará tocados, el corazón encogido, el alma rasguñada y al mismo tiempo llena de una triste belleza. No la vean con niños. No la vean un día de lluvia. No la vean solos. No dejen, sobre todo, de verla. Y de recordar, con una sonrisa y un insulto admirativo, al cineasta, guionista y productor, la mitad menos conocida de un Studio Ghibli que cambió la historia del cine para siempre.
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