La mañana de ayer tuvo algo de John Ford. Como si en el Palacio de Justicia frente al que esperaban los hosteleros no se reuniese el Tribunal Superior del País Vasco, sino el de Kentucky. Y estuviese el juez Priest, con su traje blanco, decidiendo ... que un poco de whisky no le había hecho nunca daño a nadie a este lado del Misisipí. Cuando poco antes de la una y media se supo que los jueces consideraban el recurso de los hosteleros y autorizaban la reapertura de bares y restaurantes en los municipios en zona roja, hay que reconocer que los móviles del país comenzaron a vibrar de un modo unánime y enloquecido. Hoy los lanzamientos de sombreros de cowboy y los disparos al aire se realizan sobre todo en los grupos de 'whatsapp'.

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Cómo será la cosa que ayer por la tarde había bares abiertos que tenían las cámaras medio vacías pero a la clientela ya presente y llena de ilusión. No eran garitos de jóvenes ni antros suburbiales. Eran los respetables bares de la mesocracia vasca. Es probable que en las televisiones de esos locales apareciese el portavoz Zupiria dejando caer que el viernes habrá nuevas restricciones y denunciando que los jueces entren a valorar «riesgos epidemiológicos».

Tras leer el auto del Tribunal Superior, yo reconozco que necesito refuerzos jurídicos para saber si los jueces aciertan o no. Sí me sorprende que hayan logrado entender qué opinan sobre algo «una parte importante de los epidemiólogos» porque yo, a estas alturas, aún no lo he conseguido.

Por otro lado, el auto es un revés enorme para un Gobierno vasco que sí dispone de ejércitos de juristas y no parece haber mostrado «con claridad» la influencia de la actividad hostelera en el empeoramiento de la pandemia tras la Navidad. El asunto es peliagudo y hace pensar en lo oportuno que hubiese sido legislar bien y a tiempo, algo para lo que conviene no tener el Congreso hecho un zoco dedicado a la lucha libre. Por lo demás, es admirable que haya quien encuentre escandalosa la intervención de los jueces en un asunto como este, pero no le vea problema a su alternativa: que los gobiernos lancen las prohibiciones directamente por aspersor.

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Para evitar confusiones, terminemos recordando que el auto de ayer permite que la gente no vaya a los bares. Que no es obligatorio, vaya.

OTEGI

Los Mandelas

Un año después de que se derrumbase el vertedero de Zaldibar y apareciese basura y excrementos frente a diez batzokis, Arnaldo Otegi asegura en una epístola pandémica que «esparcir basura» no forma parte del compromiso de la izquierda abertzale. Del mismo modo, pide que a ellos no se los «espere» en el insulto. Sin duda, sería infundado hacerlo. ¿Alguien escuchó alguna vez que desde la izquierda abertzale se le llamase fascista o perro a un semejante? Jamás, estoy de acuerdo. Al ser filósofo, Otegi hasta cita a Francis Bacon, gigante del empirismo y compinche del conde de Essex que tanto mató en el Ulster. Vamos a intentar entre todos que de lo de abrir el libro de citas a lo loco no se entere Gerry Adams. Pero volvamos a lo gordo: Otegi se junqueriza, ya no mide por el lado del amor. Y cree poder poner a circular que la naturaleza de la izquierda abertzale y la de la socialdemocracia nórdica son indistinguibles. ¿Pero qué fiesta loca es esta? Se nos ha convertido la realidad en un 'casting' desquiciado de Mandelas.

WUHAN

Bicho o probeta

El origen del coronavirus propulsaba uno de esos debates entre gigantes que marcan nuestro tiempo. Por un lado, la comunidad científica apuntaba al probable origen animal del virus; por otro, Trump y Abascal intuían con ese olfato suyo que detrás de todo estaba un laboratorio chino. En realidad, Trump lo afirmaba. Y Abascal no se «atrevía» a negarlo. Ahora los expertos de la Organización Mundial de la Salud desplazados a Wuhan encuentran «altamente improbable» que el virus saliese del famoso Instituto de Virología. Y se inclinan por el origen animal y la especie intermedia, que tampoco tuvo por qué ser un pangolín, ese bicho al que la mayoría de nosotros no le dio la menor oportunidad: conocer su existencia y echarle la culpa fue todo uno. Más cautos, los expertos de la OMS trabajan con evidencias y recuerdan que queda mucho por aprender sobre lo sucedido, que es muy complejo. Incluirlos a ellos en la conspiración como quien completa una jugada maestra es en cambio sencillo. Podría hacerlo hasta un pangolín conspiranoico, pero yo, que estoy arrepentido, sé que ese animal, pese a todo, nunca lo haría. Hay nobleza en el pangolín, háganme caso.

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