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En estas semanas en las que se ha estado jugando, es lo que dicen, el futuro de Europa, su ser o no ser, en el montante de los fondos de reestructuración tras la pandemia, en alcanzar la capacidad de jugar en el tablero de la ... geopolítica y en la actuación unida y solidaria -en dinero y deuda-, es necesario no olvidar algunas raíces.
Que el futuro de Europa, su ser o no ser, dependa exclusivamente de cuestiones presupuestarias, de la solidaridad entendida en términos monetarios, de la capacidad de emitir deuda financiera mancomunada dice mucho de la idea de Europa que predomina.
Cuestiones que han ido preocupando durante muchos años, como la pregunta acerca de si es posible una unión política sin contar con una opinión pública europea que vaya más allá de tres o cuatro medios impresos, siguen sin encontrar respuesta. No hace mucho tiempo que en la mayoría de medios españoles se podía leer y escuchar la queja del desconocimiento que existía en Europa de lo que realmente sucedía en Cataluña.
Es cierto que el programa Erasmus para los estudiantes universitarios y para promover el conocimiento de otros países europeos ha sido un éxito, al menos mirando al número de alumnos implicados. Otra cosa es hasta qué punto esas estancias en países distintos al propio han llevado a un conocimiento serio del país que los ha acogido. A veces cuando se leen o escuchan referencias a cómo son las cosas en la política o en la economía de otros países europeos, se puede constatar con facilidad el grado de ignorancia existente entre quienes hablan o escriben de dichos países.
Las circunstancias han querido que quien escribe estas líneas haya seguido el debate europeo en torno al presupuesto plurianual de Europa y en torno al fondo de reestructuración en coincidencia con la lectura de un libro titulado 'La bella muerte del ateísmo moderno', de un pensador francés, historiador de las ideas políticas, Philippe Nemo, en uno de cuyos capítulos se habla de las raíces de Europa. Recuerda el autor los momentos en los que se discutió lo que iba a ser la Constitución europea. En ese contexto se debatió, entre otras cosas, si introducir o no en el preámbulo una referencia explícita a las raíces cristianas de Europa, no de forma exclusiva o excluyente, sino junto con otras raíces como la filosofía griega, el derecho romano y la Ilustración europea en cualquiera de sus formulaciones.
Según Philippe Nemo, fue el presidente francés Chirac quien se opuso frontalmente a dicha inclusión, por no cerrar la puerta con la referencia al cristianismo a la incorporación de Turquía a la Unión Europea, pero abriéndola a que se hablara de las religiones. Sabiendo que nadie pensaba en el budismo o el confucianismo, solo podía referirse al islam. Y ambas referencias, Turquía y el islam, están en estas mismas semanas en la mente de muchos a causa de la reconversión de la Haguia Sofia, de Santa Sofía de Estambul-Constantinopla en mezquita musulmana. Pero ni Turquía está hoy más cerca de ser parte integrante de la Europa política, ni los que se aferran dogmáticamente al islam han integrado, mayoritariamente, los valores europeos del Estado de Derecho en su fe.
Aunque a muchos les parezca mentira, una de las grandes aportaciones del cristianismo a Europa consiste en la idea profunda de libertad, en la libertad que Philippe Nemo denomina ontológica. Esta libertad de claro origen judío y cristiano nace de la conciencia de que la realidad no está definitivamente cerrada, hecha, de que puede producirse algo nuevo, de que el hombre es responsable de sus actos, de que puede elegir y de que puede ser tenido en responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Por eso puede decir Nemo que cuando un cristiano pide perdón está diciendo que es libre.
Ni en la tradición judía ni en la tradición cristiana ha habido lugar para el determinismo, aquel que fluye del planteamiento de un Spinoza a quien algunos citan diciendo que quien pide perdón se equivoca dos veces, la primera cuando yerra, supuestamente, en su actuación y la segunda cuando pide perdón por ello. Ni el determinismo idealista, ni el determinismo materialista, ni el determinismo del evolucionista tienen lugar para la libertad ontológica.
Esta libertad ontológica sería solo un sueño si no viniera acompañada por la esperanza de que en algún momento de la historia se llegue a una mejoría radical de la realidad, pues, según San Pablo en su carta a los romanos «la naturaleza gime esperando su redención». Y de esa esperanza nace la obligación de los creyentes para impulsar todas las mejoras posibles de la situación concreta en la que viven los humanos.
Es en el contexto de esta libertad ontológica y en el contexto de la esperanza escatológica en la que han florecido las ideas de la filosofía y de la ciencia griegas, el derecho romano y las ciencias que han caracterizado la moderna cultura europea encarnados en todos aquellos que lucharon para crear la nueva Jerusalén, buscando acelerar y preparar la culminación de la historia.
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