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Estados Unidos y Europa, los arquitectos del orden económico liberal de la posguerra, y Rusia, su principal rival durante la época soviética y la actual, se enfrentan a un mundo muy diferente del que existía hace unos años. A principios del siglo XXI pocos cuestionaban ... la primacía global de la asociación trasatlántica y los principios generales de la globalización: mayor apertura, desregulación de la industria y libre circulación transfronteriza de capitales, mercancías, personas y datos. Hoy, sin embargo, el paisaje global ha adquirido un aspecto totalmente diferente. La citada asociación se esfuerza por crecer y pierde el apoyo de una ciudadanía desilusionada, más preocupada por las crecientes desigualdades económicas, los flujos migratorios y la seguridad profesional futura.
El suelo se ha movido bajo EE UU, Europa y Rusia. En una clara ruptura con el pasado, los países ricos ya no controlan la economía global y los países pobres lo saben desde que la crisis financiera de 2008 acelerase el proceso. La desaparición de los órdenes globales existentes y la aparición de otros nuevos suelen dar lugar a épocas de turbulencia e incertidumbre y así es el entorno actual. El orden liberal surgido tras la guerra mundial se desgarra por las costuras. Una marea populista crece frente a los defensores de la globalización, mientras los encargados de generar políticas se esfuerzan por concebir las proactivas para calmar a unas agitadas poblaciones cada vez más atraídas por el aislacionismo y el nacionalismo. Por desgracia, la economía mundial está adquiriendo muchas de las características del período comprendido entre 1915 y 1950, marcado por las guerras, la paralización comercial y la fragmentación del orden global.
Bajo este contexto se celebra hoy en Helsinki la primera cumbre bilateral entre los mandatarios de dos de las tres grandes potencias del planeta, Vladímir Putin y Donald Trump. En un momento en el que las tensiones entre las mismas son cada vez mayores, pretenden debatir sobre las relaciones ruso-estadounidenses, diversos asuntos de actualidad de la agenda internacional (Corea del Norte, Irán, Siria, Yemen, Ucrania, etc.), la estabilidad estratégica, el terrorismo internacional, problemas regionales, etc. La cumbre tiene lugar después de la reunión de los líderes de la OTAN, celebrada la pasada semana, y la final del Mundial de Fútbol que culminó ayer en Rusia.
Recordemos que, mientras diplomáticos de ambas potencias trabajaban para organizar la reunión, Trump volvió a criticar a la OTAN antes de su visita a la sede de Bruselas y sigue mostrando una actitud conciliatoria hacia el país eslavo, obviando la supuesta injerencia del mismo en las elecciones presidenciales estadounidenses. En realidad, ambos líderes se han visto ya en dos ocasiones; la primera, en la cumbre del G-20 en Hamburgo (7 y 8 de julio de 2017), y la segunda, en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrado en la ciudad vietnamita de Da Nang (10 y 11 de noviembre de 2017). Respecto a la cuestión de la OTAN, cabe señalar que la indignación del presidente norteamericano por los gastos de defensa europeos está envuelta en una visión más amplia del continente europeo, al que considera un lastre y una sangría para EE UU, incluyendo en ella su dura postura sobre el comercio.
Rusia sigue teniendo mucha influencia en las relaciones internacionales, ya que tiene la mayor superficie del mundo, la mayor producción de energía, las armas nucleares y una gran economía, pero sigue necesitando una fructífera integración internacional y un acceso seguro al mercado para su desarrollo social y económico. La condescendencia de Trump con la Rusia de Putin contrasta con la dura y extendida campaña contra el país eslavo que se está llevando a cabo en el gigante norteamericano. Rusia es hoy el gran peligro, la gran amenaza. Utilizando a los medios de comunicación, EE UU y la UE han creado un ambiente de rusofobia carente de justificación real que anuncia una nueva etapa histórica.
De creer a éstos, podríamos asumir que los rusos han logrado que Trump alcanzara la Presidencia y que Cataluña profundizara en el proceso de secesión. Parece que no tiene importancia que su sistema económico sea equiparable al capitalismo, despiadado de las democracias neoliberales del resto del mundo; Rusia sigue siendo, al igual que en la época soviética, el enemigo a combatir. Claro que los tiempos actuales son mucho más peligrosos que los de la Guerra Fría, puesto que el enfrentamiento pasa por las fronteras de Rusia, no existe un código de conducta compartido, la demonización del líder ruso carece de precedentes y éste difícilmente repetirá los graves errores de Gorbachov y Yeltsin que colocaron a Rusia al borde de la desintegración después de creerse las mentiras de Bush y Clinton. Probablemente, EE UU asuma la supuesta anexión de Crimea, que siempre ha sido rusa, a la par que preconizan un acuerdo para Ucrania.
El hecho de que la cumbre se celebre es ya un éxito porque está en juego la supervivencia del planeta, ya que un enfrentamiento armado entre EE UU y Rusia no sólo arrasaría ambos países, sino que exterminaría todo atisbo de vida en el mismo. Es muy probable que ninguno de los objetivos planteados se logren en este encuentro, pero el sólo hecho de que se reúnan para tratarlos permite mantener la esperanza de que con el tiempo puedan pactarse medidas (seguridad nuclear, no proliferación, reducción de armas atómicas, control de materiales nucleares) que eviten el Armagedón final.
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