En el cuarenta aniversario de la Constitución parece adecuado recordar también los treinta de la huelga más importante de la España postfranquista, celebrada un 14 de diciembre de 1988, hoy hace treinta años, y que desconcertó totalmente al Gobierno del PSOE, presidido por Felipe González. ... Durante la primera legislatura de mayoría socialista, ese Ejecutivo tuvo que dedicarse prioritariamente a consolidar el sistema democrático recién estrenado en el país. Una vez superada positivamente esta fase inicial, a partir de mediados de los ochenta del pasado siglo, el gabinete del PSOE asumió el reto de modernizar y racionalizar el sistema económico para garantizar que España pudiese competir con éxito en el mercado europeo y mundial, a la vez que procuraba contentar a su base electoral ampliando y consolidando el incipiente Estado de Bienestar.
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Durante la segunda mitad de la década de los ochenta y los primeros años noventa la vida política española giró en torno al viejo debate sobre la posibilidad de compatibilizar el crecimiento y la justicia social. Las respuestas del Gobierno de González le enfrentaron con sectores cada vez más amplios de la familia socialista, así como a una lenta pero inexorable pérdida de apoyo electoral. Pero, previamente, desde 1985, se inició en España una fase de crecimiento acelerado como no se recordaba desde los años 60, que no se interrumpió hasta 1991, y que desembocó en una breve, pero profunda recesión, la de 1992 a 1994. Este milagro económico se benefició del ciclo alcista de la economía mundial iniciado en Estados Unidos y Europa varios años antes y del ingreso de España en la Comunidad Europea el 1 de enero de 1986, y fue el resultado combinado del despegue de la inversión, tanto nacional como extranjera, y del consumo privado. También contribuyó al ciclo expansivo la caída de los precios de los productos energéticos registrada a partir de 1986, así como la depreciación del dólar respecto de la peseta, factores ambos que permitieron reducir notablemente la factura de las importaciones de petróleo.
El resultado de todo ello fue un crecimiento del PIB a una tasa media anual del 3,7% en esa etapa, superando ampliamente la media comunitaria del 2,6%. La recuperación de la economía avivó las reclamaciones sindicales, dirigidas más contra el Estado que contra los empresarios privados y fomentadas además por una competencia cada vez más fuerte entre los dos grandes sindicatos del país, CC OO y UGT.
1988 puede considerarse un año de inflexión en la evolución política del país. Su final vio la huelga general del día 14 de diciembre en un momento de crecimiento económico y estabilidad política generalizados, como acabamos de describir. A principios de ese ejercicio se manifestaron ya los primeros síntomas del recalentamiento de la economía. Después de muchas dudas y temores, las centrales sindicales acordaron convocar la huelga para el miércoles 14 de diciembre, dejando pasar casi dos días para reflexionar y analizar lo que pudiera suceder, de cara a culminar la movilización con una manifestación en Madrid dos días después (la encabezarían Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez). Acudieron a la misma con una plataforma reivindicativa que incluía el aumento de la cobertura de desempleo hasta el 48% de los parados (promesa a la que se había comprometido el Gobierno al firmar el AES, e incumplida posteriormente); la recuperación del poder adquisitivo de salarios y pensiones erosionados por la inflación. A ello se sumaban la equiparación de las pensiones mínimas al SMI, y el reconocimiento del derecho de negociación colectiva para los funcionarios. Claro que lo que verdaderamente provocó su movilización fue el plan de empleo juvenil del Gobierno, que contemplaba la firma de 200.000 contratos temporales para menores de 25 años, que percibirían el SMI, tarea en la que supuestamente colaborarían los empresarios al poder desgravar las correspondientes cuotas a la Seguridad Social. A pesar de que en 1988 el paro afectaba a 1,3 millones de personas de entre 16 y 25 años, la opinión pública hizo causa común con los sindicatos, que lograron movilizar a casi 9 millones de ciudadanos, paralizando por completo el país. El éxito difuminó el riesgo que corrieron CC OO (organizativamente) y UGT (supervivencia política-sindical) y la generosidad del primero al dejar a Redondo desempeñar el papel principal de la huelga. No podemos olvidar que CC OO fue el gran sindicato de los años 80 del pasado siglo. A partir de 1990, y como consecuencia de la huelga, el Ejecutivo incrementó de forma espectacular el gasto público.
La huelga fue un gran éxito para la mayoría de los ciudadanos ya que obligó al gabinete socialista a modificar su política económica y, de paso, y ante la perturbada reacción de la cúpula del partido, combinación de altanería, engreimiento y soberbia, fomentó aún más la colaboración de CC OO y UGT. Felipe González siempre la consideró como su fracaso político más grande y como en aquella época el líder socialista no se parecía en nada al actual estuvo muy cerca de dimitir. Curiosa conducta que hoy no se plantearía ningún político ni de lejos. Vivimos una época mucho más encanallada y mezquina.
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