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Durante varios meses viajé en el AVE todos los miércoles al atardecer de Zaragoza a Madrid y tuve oportunidad de contemplar la modernidad de una estación en Los Yébenes (Guadalajara) en la que raramente descendía o subía alguien. Obvio es añadir que se trata de ... un ejemplo, uno más, del despilfarro inversor de los últimos años, cuando pasamos de la penuria ancestral a la reivindicación de las ciudades y pueblos que se preciasen de una estación del AVE, una Universidad, un aeropuerto y un palacio suntuoso de deportes, además de un museo etnográfico predestinado muchas veces a carecer de visitantes. Estos días pasados el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea difundió un informe sobre esta propensión al despilfarro, concretamente en lo que a la expansión del AVE se refiere. Su red a menudo se trazó en función de atenciones políticas, lo cual aumentó el número de estaciones, algunas sin pasajeros, incrementó el coste de los itinerarios de veinte a cuarenta millones el kilómetro y ha dejado una rémora para el mantenimiento que lo condena a ser deficitario. Sólo la ruta Madrid-Barcelona es realmente rentable. Se trata de un lujo caro.
Lo mismo ocurrió con las universidades, absurdamente duplicadas, por ejemplo, entre Alicante y Elche. Y nada digamos de los aeropuertos que, como los de Castellón, Ciudad Real, Burgos, Córdoba..., apenas tienen vuelos ni justificación, mientras que mantenerlos cuestan un pastón sólo comparable al absurdo de haberlos construido. Las reivindicaciones populares de estos servicios son lógicas: todo el mundo quiere contar con los servicios en la puerta de casa. Lo que no es lógico es la debilidad de unos gobernantes que optaron por asentir sin pensar en las consecuencias. Y las consecuencias se llaman déficit, imposibilidad presupuestaria, bajo nivel, falta de personal y medios en la enseñanza, dificultades para mantener la sanidad pública y la tan repetida amenaza de no poder cumplir con el mantenimiento de vida de las pensiones. España ha experimentado un importante desarrollo, el país se ha modernizado, pero se ha desaprovechado una oportunidad de adecuar las comunicaciones con sensatez y visión de futuro. Y en esto hay que implicar a todas las administraciones, empezando por las que ahora tanto lamentan estar endeudadas hasta las cejas, y los responsables victimistas que se pasan las legislaturas reclamando financiación.
Seguramente habrá llegado la hora de analizar las consecuencias del gasto generado por el propio despilfarro, corregir hasta donde se pueda la impopularidad de la supresión de servicios poco menos que inútiles y de planificar con criterios más sensatos. Por cierto, nadie dudará que la implantación de las rotondas en las carreteras es una forma de agilizar el tráfico y mejorar la seguridad. Pero, ¿alguien se habrá detenido a contar las miles que se han construido? Algunas tal vez sólo para presumir de tener muchas o quizás para servir de pedestal de algún que otro adefesio considerado artístico.
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