Diecinueve meses después, los alumnos vuelven a las universidades vascas. Vuelven todos juntos, quiero decir. Que a clase ya estaban yendo. Al menos la mayoría. Pero desde ayer no es necesario que hagan turnos y alternen la presencialidad con la virtualidad para evitar que las ... aulas se abarroten. El resultado se parece a la vieja normalidad: un montón de chicos y chicas en cada clase, eso sí, todos con mascarilla. Frente a ellos, unos profesores que, ya sin webcams, tienen a todo un grupo al alcance de su mirada pedagógica, que es sin excepción la mirada de la lechuza de Minerva, y al alcance también del fulgor didáctico de su égida, que es también sin excepción la égida de la mismísima Atenea.

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Como los universitarios tienen la costumbre de ser jóvenes, las clases llenas pueden generar inquietud. No pasa nada. Llevamos muchos meses hundidos en lo extraordinario y ahora debemos acostumbrarnos a lo evidente. A que las universidades derrochen vida, por ejemplo. O a reprimir el instinto de cruzarle un croché al familiar que se nos viene encima para besarnos. Respecto a cuándo y de qué modo debemos dar por abolido el saludo con los codos o los puños, se requieren con urgencia instrucciones taxativas desde las altas instancias para terminar definitivamente con esas escenas de incomprensión gestual que recuerdan al aserejé y tanto daño nos hacen como sociedad.

Volviendo a la universidad, las clases 'online' se han mostrado como una herramienta utilísima, pero para complementar las clases presenciales, no para sustituirlas. Piensen, por ejemplo, que en una clase normal bastan dos mínimos gestos para que un alumno le haga saber al profesor que quiere preguntar algo y para que el profesor le indique que espere un minuto y le deje terminar lo que está explicando. A través de una videoconferencia colectiva ese intercambio es mucho más aparatoso. Además, el beneficio del regreso total a las aulas no es solo pedagógico. Ahora que vuelven a estar todos juntos, eso sí, los universitarios deberán recuperar el tiempo perdido. Que los clubes de rol satánico, los soviets trotskistas, los clanes que asaltarán el poder en los partidos, los combos de bachata punk y los comandos de acción situacionista no se forman solos.

CARICATURAS

La prisión

Cuatro años después de que Jomeini lanzara la 'fatwa' contra él tras la publicación de 'Los versos satánicos', Salman Rushdie recordaba en un artículo que le dijeron que aquello duraría cuatro días. El escritor fijaba su victoria en seguir vivo. Y su derrota en que cuatro años después vivía oculto y escoltado en una prisión «sin paredes, techo ni grilletes». El artista sueco Lars Vilks ha pasado catorce años en esa prisión, desde que en 2007 publicó una caricatura de Mahoma en un periódico y Al Qaeda puso precio a su cabeza, ofreciendo un extra si era degollado «como un cordero». Ayer Vilks murió junto a sus escoltas en un accidente de tráfico. La fatalidad consiguió lo que no consiguieron los fanáticos, aunque los fanáticos consiguieron bastante: arrebatarle la libertad a un inocente. «No quiero provocar, quiero debatir», repetía Lars Vilks en 2007. Sería un error despedir ahora como una molestia a quien fue más bien un héroe.

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PANDORA

Transparencia

Pandora liberó todas las desgracias del mundo y los 'Pandora Papers', por ahora, solo parecen confirmar lo obvio: los megarricos hacen ingenierías financieras. Otra cosa son los políticos, claro, y los monarcas, que le exigen probidad al ciudadano. Mi favorito es Uhuru Kenyatta, presidente de Kenia. Se descubre que su familia tiene 23 milloncejos en paraísos fiscales y él reacciona diciendo que el episodio debe «mejorar la transparencia y la apertura que requerimos en Kenia». Así se gestiona una crisis, Uhuru. Es como de Iván Redondo la genialidad.

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