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ontemplamos -atónitos- la incapacidad de los partidos españoles de alcanzar un acuerdo de Gobierno. Todo indica que el 10 de noviembre volveremos a votar. ¿A dónde nos lleva un adelanto electoral? En el mejor de los casos, a más de lo mismo. O a un ... Gobierno de la derecha. ¿España suma? No, resta.
Las fronteras de lo razonable se diluyen en este disparatado panorama en el que prima lo visceral y emocional. La opinión pública se resiente y confunde ¿De quién fiarse? Voté izquierda, ¿ahora votaré derecha? Creí votar sensatez, ¿ahora votaré castigo? La incompetencia de la clase política española, azuzada por la intoxicación informativa, si no por la desinformación organizada, sólo conduce a sacar lo peor de nosotros mismos. Ya no votaremos con la cabeza, sino con el estómago.
Asistimos a una crisis de la representación política, en España y en buena parte del mundo. Ha sido el estrangulamiento de las clases medias, con graves desigualdades crecientes, la que ha estado en el origen. Y una parte de los ciudadanos, sin capacidad política ni económica, se repliega. Trata de preservar lo que tiene, su pasado y sus valores, y termina refugiándose en una ola populista que da voz a sus preocupaciones. Y el gran peligro que corremos es que algunos partidos populistas los utilicen en su contra. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
Los estratos sociales que han sufrido la crisis en su estatus se resisten a un modelo social y económico que no les beneficia porque, en cierta manera, la sociedad los ha expulsado. 'There is no society', anticipaba Margaret Thatcher en 1987. Pero sus demandas no deben ser secuestradas por una ola de partidos populistas con fines torticeros.
En los últimos años hemos visto que cuando se vota en unas elecciones decisivas y se produce un voto masivo, ese voto ha producido vuelcos electorales no previsibles. El referéndum del Brexit en Reino Unido, la victoria de Trump, de Bolsonaro en Brasil, Beppe Grillo y Salvini en Italia, Le Pen en Francia... Y a punto del 'sorpasso' han estado los ultras de AfD en Alemania en los últimos comicios.
Todo esto no surge de la propaganda y de las noticias falsas de algunos populistas como Trump, Le Pen, Salvini… Es más bien una consecuencia de la voluntad de una marea ciudadana que tiene su origen en el hundimiento de las clases medias. Estos movimientos no son ni de derechas ni de izquierdas, sólo reclaman que se tomen en consideración sus reivindicaciones. Y de ello han sacado provecho los partidos populistas.
Me siento incómodo con el término 'populismo', precisamente por este secuestro que han sufrido las preocupaciones legítimas de los sectores más vulnerables. Hay particularmente dos reivindicaciones de los movimientos populistas en los que me quiero detener: el proteccionismo comercial y la regulación de los flujos migratorios. Las dos cuestiones se han establecido en el debate político.
Hasta esta irrupción, el librecambio, la libertad de fronteras comerciales, la apertura al mundo multicultural, no eran objeto de grandes debates. Incluso la comprensión humanitaria de acoger a los refugiados e inmigrantes que se nos ahogan en el Mediterráneo forma parte del acervo cultural y político mayoritario. Naturalmente que nadie puede ser indiferente a la tragedia de estos refugiados e inmigrantes, y menos los sectores menos favorecidos.
1.La regulación de los flujos migratorios siempre ha centrado nuestra atención, pero han sido los sectores más vulnerables los que han cambiado el acento del discurso. Para ellos no se trata de un discurso moral, sino de un ejercicio de responsabilidad política. Inmigración sí, pero con flujos migratorios regulados. No es una cuestión racial, sino de convivencia social. Para los sectores mejor acomodados no es complicado aceptar una inmigración poco regulada si procura mano de obra barata y se practica el rechazo y la exclusión residencial y escolar. Pero a los sectores más precarizados la inmigración carente de regulación laboral, residencial y escolar les afecta negativamente. Y ante ello reaccionan. Quien recoge esta reivindicación razonable no es un populista, sino un responsable preocupado por el futuro de la población más vulnerable.
Y se puede producir un divorcio entre sectores progresistas clásicos y demandas de sectores vulnerables. Las clases populares tratan de defenderse de agresiones a una situación ya debilitada, y los partidos progresistas deben entender y atender esta situación. De lo contrario, es evidente que serán los movimientos populistas de derechas los que se alimenten de este voto. No es una cuestión de resistirse a la inmigración y de cerrar fronteras, sino de una exigencia de intervención política, no de inhibición. Lo expresa muy bien Christophe Guilluy en su último libro.
2. La segunda cuestión es la preocupación de amplias capas de población de mayor protección social. Y ello conlleva la reivindicación de proteccionismo comercial y económico. Una demanda de proteccionismo que tampoco es bienvenida por la mayoría de la clase política, ni académica, ni por los medios de comunicación. Y, sin embargo, se inserta en la demanda popular. Porque lo que se exige es protección frente al dumping social, fiscal y salarial. No es extraño que esta petición la haga suya Trump, y también el laborismo inglés entre otros.
Para que legítimas preocupaciones de los estratos sociales desfavorecidos no sean objeto de apropiación por un populismo rancio de derechas, necesitamos no solo líderes y partidos honestos. O somos los propios ciudadanos el motor del cambio, o nadie lo hará por nosotros. «No os quejéis, ¡organizaos!», ha sido el lema de la izquierda en la historia. Ahora debe ser el de todos los ciudadanos.
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