Es bueno conocer las propias limitaciones: yo no serviría para juez. Por las oposiciones, claro. Pero también porque la mayoría de las veces el acusado escucharía el veredicto nada más entrar yo en el juzgado y echarle una mirada. «Culpable, hombre, no hay más que ... verlo». Del mismo modo, si ayer escucho en la Audiencia de Madrid al 'Pequeño Nicolás' explicarme que lo de entrevistarse en Ribadeo con un empresario fingiendo ser un enlace entre la Casa Real y el Gobierno fue el típico intento juvenil de «darse pisto», hacer un «viaje pomposo» y ser «como los mayores», yo creo que me da tal ataque de risa que lo absuelvo. ¿Quién con veinte años no se camela a un secretario de Estado y se hace pasar por espía para codearse con políticos y empresarios? Luego hay gente extraña que con veinte años lo que hace para darse pisto es decirle a sus padres que duerme en casa de un amigo y escaparse al Sonorama. Si la defensa del 'Pequeño Nicolás' pretende equiparar ambos comportamientos, va a necesitar bastante suerte.
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Al 'Pequeño Nicolás' le llega su hora judicial y nos recuerda su historia de estafa y narcisismo. Siempre asusta lo cerca que puede quedar la chapucería de unas altas esferas a las que no se les supone la virtud pero sí la eficacia. Mi detalle favorito de la comida con el empresario en Ribadeo es que el 'Pequeño Nicolás' tenía preparado que le pasasen un teléfono diciendo que le llamaba Soraya Sáenz de Santamaría. Recuerda a aquello que contaba Frank Sinatra sobre un favor que le pidió el humorista Don Rickles. Consistía en que apareciese en el restaurante donde él estaría con una chica a la que quería impresionar y se acercase a saludarle. Sinatra, la estrella más famosa y temida del momento, accedió. Fue al restaurante y, cuando se acercó a la mesa de Rickles, este levantó la cabeza y comenzó a gritarle: «Frank, ¿siempre tienes que estar detrás de mí? ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy comiendo?». Al 'Pequeño Nicolás', claro, le faltó la grandeza. Haces que te llame la vicepresidenta y no le coges el teléfono. Por otra parte, ayer en España no solo se comenzó a juzgar al 'Pequeño Nicolás' sino también al 'Rey del Cachopo'. El corresponsal del 'New York Times' debe de estar perdidísimo, buscando a toda prisa información sobre bandoleros.
ALARMA
Pedro Sánchez solo habla si está fuera del país o si tiene a un mandatario foráneo al lado. Como ayer se reunió con Alberto Fernández, habló. «El estado de alarma es pasado», dijo. El problema es que el presente sin estado de alarma es surrealista. Y Sánchez debería contestar a eso, pero la prensa se equivoca al no exigírselo llevando en brazos a un presidente extranjero, aunque sea uno bajito o de un país pequeño. Hay que anotar con tristeza que si el presidente es autonómico no sirve. Sánchez los ignora y el lehendakari parece sumido en una melancolía que le impide pedir estados de alarma que estima necesarios o recurrir a tribunales que estima inaccesibles. Así que el Gobierno vasco igual recupera lo del toque de queda si el Supremo le autoriza a Canarias a hacerlo. Nuestra construcción nacional se abre así a una nueva y prometedora jurisdicción vasco-canaria. Suena bien. Salimos ganando en clima, salsa y mojo picón.
ASTRAZENECA
Los 53.000 vascos -trabajadores esenciales menores de sesenta años- que están a medio vacunar con AstraZeneca a los que les llega el momento de la segunda dosis han recibido una carta. Habrían preferido recibir una vacuna, pero algo es algo. En la carta, Lakua les dice que tranquilos y que se les proporcionará la segunda dosis. ¿Cuándo? Pues dentro de los márgenes en los que las vacunas son efectivas. ¿Qué vacuna? Pues no se dice, pero suena Pfizer. Los univacunados siguen en el limbo, pero tranquilos. Menos mal que son esenciales.
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