Políticos
MARÍA JESÚS CAVA MESA
Catedrática emérita de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de Deusto)
Viernes, 28 de junio 2019, 00:46
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MARÍA JESÚS CAVA MESA
Catedrática emérita de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de Deusto)
Viernes, 28 de junio 2019, 00:46
Confieso que conocer las élites políticas es un asunto que siempre me ha atraído desde la perspectiva de la Historia. Una elite o élite es un grupo de personas que goza de un estatus privilegiado y que actúa como rectora en los órdenes de vida ... de una sociedad, comunidad o institución. Hoy, en lo relativo a elites políticas, los escogidos para ejercer el poder no son sólo aquellos ligados a sus méritos y cualidades, normalmente. Y, como bien sabemos, están en el eje de mucha controversia, más que otras elites. Si observamos a los políticos actuales, ahora que ya han pasado las recientes elecciones, es evidente que, dejando de lado la prédica de sesudos analistas de moda, la clase política está sometida a la férula de sus organizaciones y actúa al servicio de sus objetivos. Las directrices son rígidas, aunque los pactos obliguen a hacer malabares.
En multitud de circunstancias, su distanciamiento de la sociedad civil es palmaria; en otras, completamente servil. Tal como se colige de las negociaciones en curso, pactar se convierte en chalaneo. Claro está, es la sociedad civil la que los vota y comparte sus carencias en muchos casos.
Desde comienzos del siglo XX la sociedad bilbaína fue precoz al dar origen a culturas reivindicativas que permitieron una diversidad ideológica impensable. En la vieja tradición democrática, previa al franquismo, muy distintos partidos labraron y organizaron la vida pública. Actualmente, pese a los defectos del sistema de representación política, el modelo garante de los derechos civiles y políticos esencial es, rotundamente, este. Pero todavía hay a quien le va el populismo enmascarado de acracia. Ese rollo ácrata heredero del buen salvaje, utilizando el criterio del conocido psiquiatra Adolf Tobeña, es perverso porque el buen salvaje nunca existió: «el buen salvaje no es bueno, es salvaje».
En toda la experiencia política a nivel local, foral, autonómico, estatal y europeo -de veinte años a esta parte- creo que han existido características compartidas respecto de su clase política. Glosando en 1999 'Las alcaldías de la democracia en Bilbao' -desde Jon Castañares hasta Iñaki Azkuna- sostuve que con los José Luis Robles, José María Gorordo, Beti Duñabeitia, Josu Ortuondo y Azkuna, los mandatos tuvieron equipos bastante homogéneos en su conducta política. Hubo también circunstancias ligadas a crisis político-económicas, brotes de violencia y lucha sindical que modularon la gestión pública de manera recurrente, y que hicieron ser a los ciudadanos testigos y víctimas, muy a su pesar. Pues bien, a través de quienes acompañaron a los alcaldes electos en esos mandatos encontré una cierta voluntad unitaria -salvo excepciones- de estabilizar, racionalizar y eludir los estragos que ralentizaban los esfuerzos por innovar en este país, como se merece, porque esta sociedad civil ha resistido carros y carretas.
El talante de los munícipes -sin hacer de mi comentario algo poético en demasía- mostró un destacado talante de buena gestión, consecuente y realista respecto de lo que esta ciudadanía quería superar. No todo fueron errores y especulación. La devoción por remontar graves problemas en un tejido social con una industria en declive, tanto a mediados de los 1970 como luego en los años 1980 y desde 2008 ha hecho que los gestores de la cosa pública trabajen y reinventen. A veces hay que ver la botella medio llena y no siempre medio vacía. Sin embargo, en la Administración, en genérico, ha habido gente con ideas, pero también ha habido indefinición. Políticos concienzudos pero también preocupados por cuestiones de barniz o actuando a demanda de sectores sociales puntuales. A veces la perspectiva que engloba a todos los contribuyentes se desdibuja. Y la cuestión no está sólo en responder al eslogan de «quien no llora no mama».
Es bien cierto que componemos una sociedad civil muy heterogénea. Los políticos de estos últimos veinte años, en general, se han caracterizado por una fidelidad estricta a los partidos y por una vocación resolutiva. Pero a veces adoptan la postura de la garza real… Creo que falta mucha cultura política y que leer los 'Diarios de Sesiones de Cortes y Parlamentos' pone de manifiesto que las ironías de Indalecio Prieto frente a Gil Robles eran infinitamente más ingeniosas que cualquier intervención punzante de nuestros días. Cuando Prieto dijo al jefe de la CEDA que no prolongaría el tema en debate porque igual le daba fiebre, Gil Robles respondió que se despreocupara, porque para él «era un tubo de aspirinas». Las fintas dialécticas eran correctas e ingeniosas. Hoy se ha perdido hasta la exquisitez de la argucia retórica. Se argumenta de manera torpemente ofensiva, al dictado de publicistas desatinados y con maneras 'rufianescas'.
Y es que lo que natura no da, la demagogia si presta. Me permito dar la vuelta al conocido lema de la Universidad de Salamanca: 'Quod natura non dat, Salmantica non præstat'. Luego está la judicialización de la política. Ese gran tema. El político debe conocer hasta el milímetro su espectro, campo y límites de la función que desempeña, pero nunca escaparse de sus responsabilidades. En definitiva, los políticos me hacen recordar la idea de que «cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto» (Georg C. Lichtenberg). Y también recuerdo lo que Groucho Marx decía: «solo me sentaré a la mesa de un político 'si paga él'».
En fin, la política es un juego difícil y retorcido que afecta a todo el mundo, lo quiera o no, pero me niego a aceptar esa vulgaridad de que la vocación del político de carrera es hacer de cada solución, un problema. Aunque a veces lo parezca.
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