Visionando recientemente en ETB un excelente programa sobre los ocho días de finales de mayo de 2018 que cambiaron el poder en España, me vino a la mente la idea de los cambios que se pueden dar en la vida política en un breve periodo ... de tiempo. El primero de junio de 2018 el Congreso de los Diputados aprobó una moción de censura presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Fue una moción que prácticamente nadie pensaba que iba a triunfar tres o cuatro días antes, pero un error en los despachos del PP lo hizo posible, como quedó de manifiesto en el mencionado programa. Lo consiguió con los apoyos de su propio partido más el de Podemos, ERC, PNV, PDdeCAT, Compromis, Bildu y Nueva Canaria. Así, Pedro Sánchez, desahuciado por su propio partido el 1 de octubre de 2016, se convirtió en presidente del Gobierno desbancando a un Mariano Rajoy que había logrado aprobar sus Presupuestos apenas una semana antes con el apoyo del PP, Ciudadanos, el PNV, Unión del Pueblo Navarro, Foro Asturias, Coalición Canaria y Nueva Canaria. Si se detienen en la lista de los grupos políticos que aprobaron tanto los Presupuestos de Rajoy como su derrocamiento, observarán que son dos: Nueva Canaria y el PNV.
En aquella semana publiqué un artículo en estas mismas páginas (El CORREO, 27/05/18) en el que escribí que «el PNV, si mantiene la línea que le llevó a votar a favor de los Presupuestos al argumentar que un 'probable adelanto electoral abriría escenarios de pronóstico muy preocupante que por responsabilidad deben evitarse, y así lo hacemos', no apoyará a Sánchez». Obviamente me equivoqué, como me sucede con frecuencia en mis análisis de política de partidos. Visionando el referenciado programa entendí, de boca de Andoni Ortuzar, la razón de su apoyo a la moción de mención, incluso afirmando, con una franqueza que le honra, que le dolió mucho la decisión pues sabía que hacía daño a Mariano Rajoy con quien, confesó, mantenía una relación de amistad y, creo recordar, que también de afecto.
Pero la política tiene sus reglas y era imposible que el único partido que sostuviera a Rajoy, una vez que los independentistas catalanes habían optado por descabalgarlo, hubiera sido el PNV. Se le habría echado encima todo el mundo. Al menos, el mundo nacionalista y el tenido por progresista. Me lo recordaban en una comida reciente con un grupo de amigos. Razón de Estado que se habría dicho antaño. O la primacía de la ética de la responsabilidad sobre la ética de la convicción, en términos 'weberianos'.
Ahora, las elecciones generales del 28 de abril y las autonómicas, forales, municipales y europeas del 26 de mayo, toca conformar gobiernos. A veces, a tenor de los resultados electorales, luego a tenor de la voluntad popular, las cosas se presentan relativamente claras. No se puede poner en tela de juicio que en España debe gobernar el PSOE; en Euskadi, así como en Bilbao y Donostia, y quizá también en Vitoria, el PNV, aunque todos necesitarán algún tipo de apoyo sea de gobiernos, sea de legislatura. En otros lugares las cosas no están tan claras. Piénsese en Madrid, capital y autonomía; en Barcelona capital; en Navarra, básicamente en el Gobierno de la comunidad foral -donde, por cierto, como en 2007, el PSOE se ha impuesto a las pretensiones del PSN, mostrando la enorme debilidad y escasa credibilidad del federalismo del PSOE cuando ni siquiera respeta a sus propias marcas autonómicas-, en Aragón, Castilla y León etc.
En estos casos, como contemplamos actualmente, los dirigentes de los partidos políticos juegan, en el mejor sentido del término, a una múltiple partida de ajedrez para obtener las máximas cotas de poder con alianzas que, a menudo, desafían toda lógica y, sobre todo, que no habían anunciado antes de las elecciones. Peor aún: en más de un caso ya las habían anunciado y después no cumplen lo dicho. Necesitaría más de un artículo para ilustrarlo con ejemplos concretos. Los despachos sustituyen así a los electores, a la soberanía popular. La consecuencia mayor es el deterioro de la confianza de los ciudadanos en la política, pues estiman, aunque no siempre con razón y justicia, que de nada vale su voto si al final los que deciden son los políticos en sus despachos.
No veo más que una salida a este embrollo: la doble vuelta en las votaciones a los cargos unipersonales como el de presidente del Consejo de la UE, de España, de las comunidades autónomas, forales y alcaldes de los ayuntamientos. El sistema está inventado y se aplica aquí al lado, en Francia. Cada ciudadano vota a la persona y partido político que prefiera. Si ninguno obtiene la mayoría absoluta (más del 50 % del voto emitido), los dos que alcancen el mayor apoyo, se disputan el apoyo popular en una segunda vuelta. Así, el que presida el Gobierno, la comunidad autónoma, la alcaldía etc., habrá sido elegido directamente por el pueblo y no en una partida de ajedrez en los despachos, con unos parlamentarios, junteros, concejales, etc. a sus órdenes.
Creo que, en estos tiempos de desafección a la política representativa, valdría la pena darle una pensada a la práctica de la segunda vuelta.
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