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Se ve estos días en los pasos de baile de los líderes políticos en busca de pareja o de socios para un trío de cama: los partidos que dicen quererse mucho y que han nacido el uno para el otro son en realidad los que ... más se odian, porque van a la caza del mismo electorado. El verdadero rival del PSOE no es el PP, sino Podemos. Y eso explica que el mismo Pedro Sánchez que, antes de las generales, planeaba un casorio con Pablo Iglesias por todo lo alto que iba a dejar a la boda de la hija de Aznar en un juego de niños, ahora diga que lo de vivir juntos en un mismo gobierno es una decisión muy seria que hay que pensársela mucho y que incluso dé por descartada la simple posibilidad de dejarle acercarse a su antiguo prometido a la Moncloa ni en calidad de mayordomo.
La vida es así de dura, como los sentimientos en la política son así de ingratos y volubles. Cuando hicieron aquellos bellos y soñadores planes, ambos eran jóvenes inexpertos y las dotes para el bodorrio estaban muy igualadas. Sánchez se había quedado en 85 escaños e Iglesias se le acercaba con 71. Pero la fatídica fecha del 28-A rompió ese equilibrio y ahora el primero se quiere hacer el millonario con 123 diputados mientras el segundo, con sólo 42, ha pasado a ser casi un pretendiente más. Sánchez se siente un soltero de oro y no ve en el devaluado Iglesias un buen partido en ninguno de los sentidos del término. Lo que ve es la oportunidad de enterrarlo definitivamente, que es lo que siempre, en el fondo de su corazón, ha querido.
Lo mismo le pasa al PP con Ciudadanos y al PNV con Bildu. Andan siempre con que se toman y se dejan, como esos novios que no acaban nunca de lograr una relación estable debido precisamente a las similitudes más que a las diferencias que hay entre ellos. Lo mismo le pasa a Podemos con los secesionistas, con los que mantiene un tipo de amor eternamente oblicuo para robarles votos. Pablo Iglesias hace como que se entiende con ellos y nos da lecciones a todos de su talante para un diálogo que, por otra parte, no es capaz de mantener siquiera con sus propios compañeros de partido. También a Sergio Pascual, a Tania Sánchez, a Carolina Bescansa, a Íñigo Errejón, a Echenique… los amaba Pablo oblicuamente. También hablaba de lo que le unía con ellos hasta que se los quitó de en medio o logró que ellos se quitaran cuando su decapitación era inminente.
Siempre se ha dicho que la política hace extraños compañeros de cama. Pero quizá lo que ocurre es que la política es en sí misma una cama en la que todos son extraños. Ese espectáculo del falso amor es lo que nos está dejando ver de un modo inédito y privilegiado la explosiva mezcla que se ha producido de tres comicios electorales en la coctelera de un mes escaso, que es algo así como la fusión del átomo. Entre irse a la cama con alguien y hacerle a alguien la cama hay una sutil diferencia.
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