Como coordinador general de Ezker Batua-Berdeak y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida entre los años 1995 y 2009 puedo dar fe, en primera persona, de que es cierta la célebre frase del expresidente de Uruguay José Mujica, en la que, en ... base a su trayectoria y experiencia, reconoce una verdad obvia, avalada por una realidad tozuda, que lamentablemente parece cumplirse siempre. «La derecha se une por sus intereses, mientras la izquierda se divide por sus ideas». El último ejemplo lo estamos viviendo ahora en las filas de Podemos, un partido joven, con apenas cinco años de vida, que parece haber interiorizado las confrontaciones, los enfrentamientos y las divisiones de las formaciones más viejas.

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Llegaron a la actividad pública desde la amistad y la camaradería, que bien pronto se ha transformado en enemistad y guerra abierta. Una pena, sin duda alguna, que penaliza el avance del pensamiento más progresista y transformador, coincidiendo en el tiempo con la irrupción electoral de la extrema derecha en España, clave en la gobernabilidad de una comunidad autónoma de referencia como es Andalucía. La alianza de facto entre el Partido Popular, Ciudadanos y Vox exige una izquierda fuerte, cohesionada y sobre todo capaz de buscar y alcanzar acuerdos, pensando en el interés y en el bienestar de una ciudadanía que aún no se ha recuperado de las graves consecuencias de la crisis económica cuando nos alertan ya de una inminente desaceleración, que traerá consigo más desigualdad, más recortes y más pobreza.

Podemos habrá cometido muchos errores, el personalismo y los tics más impositivos de su máximo líder entre ellos, pero su base social, sus votantes y simpatizantes merecen que haya una fuerza política que les represente en las instituciones y en la movilización. Llegaron a la actividad pública con la inocencia de quienes se sienten libres de ataduras y pensaron que lograrían todo aquello que se propusieran. Su discurso despertó conciencias y generó una ilusión que renovó la confianza en la izquierda. Sólo por ello sus responsables merecen reconocimiento y confianza, especialmente en un momento crítico para su futuro, marcado por las elecciones municipales, forales y autonómicas que se celebrarán el próximo mes de mayo.

Parece evidente que no es el momento de pensar en «tomar el cielo por asalto» ni aventurar grandes triunfos en las urnas, pero si es posible todavía creer, aunque suene iluso, en la capacidad y voluntad de los responsables de Podemos para reconducir la situación y hallar puntos de encuentro, que representen a las distintas sensibilidades que todavía conviven en su seno.

En sus manos está demostrar que saben resolver los conflictos desde el diálogo, sin vencidos ni vencedores, en lugar de caer en la trampa de la división. Cerrar las heridas abiertas parece un reto imposible y no debe ser este el objetivo. Lo importante en esta encrucijada no es el abrazo fraternal entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. La clave está en su disposición a negociar una lista conjunta en Madrid y tienen todavía plazo para ello. Si no lo hacen Podemos corre el riesgo de caer en la irrelevancia.

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Me consta que pese al pulso que ambos dirigentes mantienen, en el que las discrepancias y las ambiciones políticas son previas al distanciamiento personal, tanto uno como otro son conscientes de las consecuencias que sus decisiones tienen sobre el futuro de la izquierda e incluso sobre la gobernabilidad del país. Por ello, es razonable pedir prudencia y sentido común a quienes deben decidir en este conflicto.

Si Podemos deja de tener y ejercer influencia después del próximo 26 de mayo la derecha habrá ganado una vez más y el debate público no estará centrado en la conquista de unos salarios y unas pensiones justas, servicios públicos de calidad, el feminismo o la sostenibilidad medioambiental, sino en cómo levantar nuevos muros contra la inmigración o cómo proceder a la derogación de la Ley de Violencia de Género. Lo hemos vivido y sufrido en Andalucía y cabe la posibilidad de que ocurra también en España. Una izquierda rota es una izquierda débil, testimonial, sin maniobra y sin papel en el juego político.

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Asistimos a un tiempo complejo, marcado por grandes retos y desafíos, que marcarán y condicionarán el futuro. La desigualdad económica, que tiene su origen en la desigualdad de oportunidades, los movimientos migratorios, los avances tecnológicos, entre ellos la automatización y la inteligencia artificial, y la amenaza del cambio climático generan temor, deseo de respuestas inmediatas y con ello surge con fuerza el populismo de extrema derecha. Es éste un fenómeno en auge en Europa y ayuda en parte a explicar el porqué del 'Brexit' en Gran Bretaña. En este contexto, la izquierda tiene que aprender a entenderse y a colaborar. Sólo así podrá constituirse como una alternativa viable para liderar propuestas válidas y creíbles en un escenario de crisis económica, social y democrática de carácter global.

No soy quién para dar consejos a nadie, pero sí quisiera subrayar que la izquierda, y me refiero en concreto a Podemos, tiene que demostrar a la ciudadanía que le respalda, que es capaz de convivir en el desacuerdo si apuesta de verdad por el diálogo y por la negociación.

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