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La última estrategia de Pedro Sánchez basada en jugar todas las piezas del tablero, aunque resulten entre sí contradictorias y excluyentes, pero sin realizar movimientos determinantes y paralizando de hecho todas las relaciones con los posibles aliados hasta que se decanten las posiciones en la ... derecha, puede ser considerada, por algunos, como la aplicación de la inteligencia a la actividad política. Sinceramente me resulta un juego temerario, guiado solo por su interés como candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno, aunque para ello tenga que enterrar discursos y compromisos electorales y sacrificar otros intereses legítimos, como los que defienden los socialistas navarros.
El fundamento principal de esta estrategia de jugar a todas las bandas pero también establecer exclusiones no reside en los principios de la ética democrática ni en imperativos de orden moral. El ejemplo más claro de esto que decimos nos lo proporciona la posición de la dirección federal socialista, anunciada el lunes, poniendo el veto al propósito de María Chivite de convertirse en la próxima presidenta del Gobierno de Navarra con el apoyo de Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra. La posición del PSOE vulnera radicalmente el compromiso adquirido en la campaña electoral por la candidata del PSN, respaldada por Pedro Sánchez, consistente, por un lado, en intentar lograr la presidencia mediante un acuerdo de gobierno con las formaciones progresistas, sin incluir a Bildu, y, por otra parte, en no permitir, con su acción u omisión, que el candidato de Navarra Suma la alcance.
Pero el veto de Ferraz no solo se reduce a impedir que su candidata sea presidenta, sino que, además, en un ejercicio de clara intromisión en el ámbito de decisión de los socialistas navarros, recomienda, se entiende fácticamente, que el PSN debería abstenerse y permitir la investidura de Javier Esparza (UPN). Esto nada tiene que ver, como se ha dicho, con las exigencias éticas ni con las interdicciones morales, sino con el interés de Pedro Sánchez y del PSOE de priorizar «lo suyo», tratando de introducir un elemento de crisis en la derecha, que le permita establecer una vía de relación y entendimiento con Ciudadanos.
Ha sido el secretario general del PSE-EE de Gipuzkoa, Eneko Andueza, quien le ha recordado a Pedro Sánchez que él mismo logró ser investido presidente gracias también al voto de los diputados de Bildu. ¿Dónde quedaba entonces el impedimento ético o la prohibición moral? Pues si tal interdicción existe, para que la investidura no resultara contaminada, lo exigible desde un punto de vista ético es que Sánchez, en tales ambiciones, no hubiera promovido la censura, dejando continuar a Rajoy.
Es cierto que Bildu tiene una deuda importante con las víctimas del terror y con la sociedad. Pero es una formación legal, que representa legítimamente la voluntad de miles y miles de ciudadanos, que le habilita para hacer política, dialogar y alcanzar acuerdos con otros. No hay una norma de prohibición legal, ni democrática ni moral, para el diálogo y el acuerdo con Bildu. Cada formación establecerá, si así lo consideran, los límites a esa relación. Pero serán las suyas, los de su propio código, pero no podrá imponerlas a los demás como si fueran de todos. Dicho esto, de nuevo, la cuestión navarra no es más que un instrumento, que se manipula, se tergiversa e instrumentaliza con interés partidista, que a menudo se esconde bajo la calificación solemne de «cuestión de Estado». Pobres socialistas navarros.
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