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Según anunció ayer Félix Bolaños en una rueda de prensa sorpresa, el Gobierno descubrió el sábado que el móvil de Pedro Sánchez fue espiado con ... el sistema Pegasus en 2021. Y se fueron a poner una denuncia al juzgado. Menudo chasco. Yo tenía la ilusión de que un ataque al teléfono del presidente desencadenaría una sucesión de acontecimientos más sofisticados. Por ejemplo, la publicación inicial de un anuncio por palabras en el 'Evening Standard' que originaría días después un intercambio de maletines en el bar del hotel Esplanade de Praga. A continuación, claro, una joven misteriosa pediría fuego en un palco del Sambódromo de Río y alguien le regalaría una caja de cerillas con el código que autorizaría la 'Operación Rocinante', por seguir con caballos prodigiosos. Pocas horas después, dos personas chocarían casualmente en el metro de San Petersburgo o Estambul. Tras sentir un pinchazo en el corazón y antes de caer muerto, uno de ellos escucharía en un susurro las últimas palabras de su vida: «Nobody expects the Spanish Inquisition».
Demasiadas películas, supongo. Lo que al parecer se hace en la vida real cuando se detecta una intervención «ilícita y externa» en el teléfono del presidente es dar una rueda de prensa. Y dejar que el 'Spanishgate' se mezcle con el 'Catalangate', de modo que Oriol Junqueras nos propine otro discurso sobre democracia, Laura Borràs señale a las cloacas del Estado, Marta Rovira diga que Moncloa espía a Moncloa, los expertos apunten resignados a Marruecos y Emiliano García-Page sospeche en público que detrás de todo está Rusia. Sin ánimo de molestar, ¿al grupo de finísimos estrategas que en los últimos años han hecho de nuestra vida política un serial no les sorprende que, siendo tan finos y maquiavélicos, no dejen de producir sainetes? Cómo será la cosa que incluso el lehendakari se permitió ayer el chiste del espía. Antes supimos que Aitor Esteban saluda «al cabo Romerales y al sargento Povedilla» cada vez que habla por teléfono. Dejando a un lado que igual tiene que dar recuerdos también a algún servicio extranjero, sorprende que Esteban, en su búsqueda de la comedia onomástica, no salude directamente a la directora del CNI, que se apellida Esteban, justo como él.
Zedarriak
Alerta un grupo de personalidades del mundo económico y empresarial vasco de la pérdida de pujanza y liderazgo del país y Lakua, para desmentir por ejemplo lo del conformismo y la complacencia, reacciona mostrando su malestar en privado, desautorizando en público y no se sabe si incluso proponiendo rectificaciones que parece no van a darse. Un extraño espectáculo. A mí me gustó especialmente cuando el consejero Azpiazu reveló en una entrevista que detrás del foro Zedarriak está «el mundo empresarial». Fue como si los demás pensásemos que era el mundo árabe, o el del balonvolea, lo que está detrás de un foro en el que quien no es presidente de una empresa importante es consejero de una aún mayor. Entre los propósitos de Zedarriak, «aportar ideas para la reflexión y el debate». En el Gobierno vasco han debido de entender 'combate'. Y no calcular que su reacción parecería darle la razón a los expertos.
Lavrov
Entre las formas más paranoicas de antisemitismo destaca la que sostiene que son los judíos los que desencadenan sobre sí mismos las peores desgracias. El delirante discurso ruso que insiste en justificar la invasión de Ucrania por una supuesta desnazificación ya llegó a ese sótano. Lavrov asegura que Hitler tenía orígenes judíos cuando le preguntan en Italia por cómo van a ser nazis en Ucrania si su presidente es judío. El cinismo es monumental y la analogía es débil. Como Hitler, el invasor es Putin, que de tirano ya se ve que tiene más que los orígenes.
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