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Ciento sesenta millones de euros del ala ha desembolsado el Fútbol Club Barcelona, el club de fútbol que al parecer es más que un club, por un joven brasileño, de nombre Philippe Paulinho, considerado por los expertos como la persona en el mundo que más ... y mejor pega patadas. Los seguidores del equipo despilfarrante están que se salen de contentos y algunos colegas de ordenador y micrófono en ristre más felices que si hubiesen sido ellos los afortunados contratados.
Estamos acostumbrados a las obscenidades que se producen en el mercado del fútbol, donde se mezcla la ceguera irresponsable de la pasión más pueril que nos embarga por la chequera de fácil desembolso de unos gestores que con lamentable frecuencia nada arriesgan de su particular pecunio y más esfuerzo logran por mejorarlo. La realidad del fútbol, un excelente deporte prostituido por el dinero en todas sus manifestaciones, es tan penosa como exuberante.
Pagar por un joven, contra el que nada tengo en contra dicho sea por si acaso, una millonada semejante, muy superior a los presupuestos de la mayor parte de los municipios españoles -catalanes incluidos naturalmente-, cuando mal vamos saliendo de una crisis que dejó a medio país todavía sin calefacción ni turrón navideño, es una ofensa a la inteligencia, a la cordura, y a cuantas virtudes se quieran añadir. Ignoro de dónde saldrán esos millones y me da igual. Indigna su desperdicio.
Todos los días asistimos a quejas y protestas sociales por instalaciones escolares deficientes donde los niños no sólo no tienen un espacio para jugar sino ni siquiera un techo seguro para estudiar con el mínimo confort; a situaciones familiares que por millones viven en la pobreza extrema, a unas infraestructuras deplorables porque no hay dinero para repararlas o a ese éxodo constante de unos jóvenes y unos prometedores valores de la ciencia y la tecnología que tienen que emigrar en busca de trabajo.
Con la cantidad de becas y subvenciones que se podrían crear con los ciento sesenta millones de euros que costará Paulinho son muchas las inversiones positivas que se podrían acometer. Es una vergüenza que en un país cuya economía ande a la cuarta pregunta se derroche el dinero solamente para que un club, sin otro mérito que el de tener dinero y despilfarrarlo, sacie vanidades y estimule fanatismos seglares. Pero es lo que hay y así nos va: somos punteros en fútbol y colistas en lo demás.
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