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Pegar a niños

Pegar a niños

El grado de brutalidad y enloquecimiento que hace falta para atizar una paliza a un bebé me resulta incomprensible

Domingo, 20 de enero 2019, 02:03

Cuando era pequeño, la rápida derecha de mi madre aceleró la entrega del óbolo que el ratoncito Pérez te dejaba debajo de la almohada cuando se te caía el primer diente. Un bofetón hizo volar el diente tambaleante y aquella misma noche el mágico roedor pasó por caja. Mi padre no me pegaba nunca y mi madre solo de vez en cuando, pero sus aisladas bofetadas eran temibles. En aquellos años no estaba mal visto que los padres administrasen cates a los hijos como método de corrección de malas conductas. Lo que sí fue para mí moneda corriente, y he contado, era el sistema de la letra con sangre entra que en mi colegio practicaban tanto los hermanos (no sé de quién, lo serían entre ellos) Maristas como el profesorado seglar. Este cotidiano clima de violencia institucional tenía en nosotros, el alumnado, una correa de transmisión eficaz, ya que no contentos con la abundancia de leña que recibíamos en clase (además pegaban muy duro), nos sacudíamos entre iguales a base de bien. Eran otros tiempos.

En 'El huevo de la serpiente' (1977), atípica película de Ingmar Bergman cuyo título hace referencia al nacimiento del nazismo, hay una secuencia de puro horror. En una filmación, un nazi que es un antecedente de Mengele y de sus crudelísimos experimentos con judíos (sobre todo niños), muestra a una mujer encerrada en una celda con un bebé, que no es su hijo, aquejado de una lesión cerebral que le hace llorar constantemente. La prueba consiste en comprobar cuánto tiempo aguanta la mujer el insoportable lloro; cuánto tarda en estrangular al bebé.

Todo esto me ha venido a la cabeza por un caso reciente y extremo sucedido en Barcelona: la paliza propinada por su padre a un bebé de dos meses. Le ha roto varias costillas y producido un traumatismo craneoencefálico; el bebé permanece hospitalizado en estado muy grave. El padre ha confesado ser el autor de la paliza. ¿El motivo?, que su hijo no paraba de llorar por sufrir cólicos. Y que ese llanto constante lo llevó a un estado de estrés que desembocó en la golpiza. ¿Qué se puede decir? Me cuesta entender mínimamente algo así. Que, rotos los nervios, le dé un meneo al niño o le grite, es más o menos comprensible, pero el grado de brutalidad y enloquecimiento que hace falta para atizar una paliza continuada a ese cuerpecito, me resulta incomprensible. Son más humanos incluso los casos de parejas de yonquis que dan a sus bebés heroína para calmar sus lloros debidos a que han nacido con una adicción heredada y padecen síndrome de abstinencia. En el caso de Barcelona, el bebé había sido atendido el día de los santos inocentes en otro hospital, que alertó de riesgo de exclusión social familiar. Lo que nadie previó, es que ese riesgo iba a materializarse en una descomunal violencia que puede excluirlo del todo: costarle la vida.

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