Pegar en casa

Si la hinchada rival es extranjera, nuestros antifascistas se activan solemnemente y propician un fenómeno fascinante: la historia del siglo XX adquiere su sentido final sintetizando una excusa ridícula para que ellos se peguen con otros 'hooligans'. Lo habitual es que en la pelea termine herido algún ciudadano pacífico, ya sea local o foráneo, que se ve envuelto en el tumulto y, a diferencia de quienes lo provocan, no sabe que hay que salir corriendo cuanto antes. Si se fijan, es el reverso del 'ongi etorri': gente comisionada por fantasmas para decidir quién no es bienvenido, quién debe ser hostigado y a quién hay que apalear. Que esto se permita con resignación asombra. La Ertzaintza debería garantizar que los visitantes violentos, que por supuesto los hay, terminen pronto en comisaría y que el resto disfrute con seguridad y no moleste. También que los violentos locales se mantengan lejos de su objetivo, que tiene que ver con imponer una lógica de agravios, épica y venganza que sería preocupante en un niño de ocho años muy mimado. Nada de eso se consiguió el fin de semana. El operativo policial fue inexplicable. Y las autoridades se lo toman con calma. Hay alguna preocupación por la imagen. La lasitud moral es pirotécnica. ¿Pero qué imagen? Es la ignominia de que un solo ciudadano israelí haya vuelto a su casa habiendo escuchado en una ciudad del País Vasco que con los judíos «hay que hacer jabón».

Dice Joseba Egibar que es el euskera lo que nos hace vascos, pero luego resulta que no lo dijo: fue un error de traducción del propio PNV, lo que hace pensar en que el euskera les hace líos. También que nadie se acordó de avisar a Izaskun Bilbao, que salió ayer a corregir a Egibar asegurando que hay vascos que no hablan euskera y son también de muy buena calidad. Anda que menudo lío. Era mejor cuando Ibarretxe defendía que los vascos tenemos derecho a ser lo que queramos ser. Yo escogí ser 'playboy', expiloto de Fórmula 1 y terrateniente natural de la Campania. Si no lo entendí mal, fue el Estado español medio franquista lo que impidió mi traslado inmediato al 'palazzo' de mi familia en el Mezzogiorno. Tampoco debería descartarse que no sea el euskera, sino la turra, lo que nos hace vascos. La turra esencial, constitutiva. Fomentarla, exprimirla, deglutirla, sufrirla, combatirla, ignorarla. Siempre la turra.

Yo no sé qué hay que hacer con Rusia, pero convendría dejar de comprarles el discurso. Un ejemplo: el Ministerio de Defensa anunció que en el desfile de la Victoria participarían setenta y siete aviones, entre ellos el helicóptero de transporte más grande del mundo. Ocho cazas formarían la letra Z sobre la Plaza Roja. Imponente. Ayer, sin embargo, no voló un solo avión. El portavoz Peskov explicó que lo impedía la meteorología. Mirabas la tele y en Moscú el desfile transcurría bajo un sol radiante. El cielo azul, claro, limpísimo. Ni una sola nube.