Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Este artículo, aunque tiene que ver con algunos libros míos, o más bien con lectores de los mismos, no pretende en absoluto el autobombo. A mis 59 años me ha desaparecido toda clase de vanidad, incluida la de escritor. Simplemente he considerado que les pueden ... resultar interesantes cuatro peculiares anécdotas que tienen que ver con mi actividad literaria. Dos, creo que tienen gracia; la tercera me dio pena y la cuarta me emocionó de un modo profundo.
En 2002 se publicó mi novela 'Alacranes en su tinta', que tuvo cierto éxito. Una noche, quizá un par de años después, leía en la cama y era ya tarde. Sonó el móvil. Era un número de esos largos. Una voz jovial me habló rodeada de eco y con retardo. Era mi viejo amigo Sebastián Álvaro, director de 'Al filo de lo imposible'. Estaba con su equipo en el campamento base antes de la cima del Everest. Habían acampado a la espera de que mejorara el tiempo. Sebas se había llevado mis alacranes para releerlo. Me contó que para entretener la espera les estaba leyendo a sus compañeros fragmentos de la novela y que se lo estaban pasando muy bien. Me llegó un coro de voces que me saludaban. Que te lean en el techo del mundo me pareció algo exótico y muy de agradecer. Pero no ha sido el único espacio peculiar. El otro día conocí a Josu Garai, un amable y fiel lector de mis libros. Me contó que me había descubierto también por los alacranes, que le recomendó un amigo de Bermeo, patrón de barco de pesca de altura. Al marino, aunque era muy nacionalista y mi novela le ofendía, también le hacía mucha gracia. Le contó a Josu que en el barco, por la noche, cuando estaban por ejemplo a bonito en las Azores, le gustaba leerles los pasajes más humorísticos a la tripulación, que se divertía con este modesto entretenimiento en un escenario casi tan exótico como el del Everest.
En 2009 di una charla literaria en la cárcel de Basauri. Fui considerado con una audiencia que no podía huir y procuré que resultara amena y humorística; funcionó. Al terminar, se me acercó un preso, marinero también bermeano, con una dirección en un papel. Me contó que cumplía pena por cosas del narco, que su mujer no le hablaba y que no tenía noticias de su hija. Me pidió que enviara a la niña, de su parte, la novelita infantil que yo había escrito con mi hija. Así lo hice, con una dedicatoria, escrita por María y por mí, que comenzaba: «De parte de tu padre…».
Y en 2007, en la Feria del Libro de Bilbao, un hombre vino a que le firmara los alacranes y 'Voracidad' y me dio las gracias. Me explicó que había asistido en el hospital a la agonía de su padre y que mis libros le habían hecho esas duras y largas noches más cortas. Me emocionó. Le dije que esas palabras eran lo mejor que me habían dicho nunca de lo que escribo y que justificaban todo un oficio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.