Ayer vivimos otro momento histórico, y solo era lunes. La izquierda abertzale dio al parecer un paso «sin precedentes» y el PSOE y Podemos salieron como el rayo a garantizar que sí, que todo era histórico y sin precedentes. Sucedió que Arnaldo Otegi y Arkaitz ... Rodríguez se pusieron chaqueta y leyeron en Aiete un comunicado: «Declaración del Dieciocho de Octubre». La fecha escrita con letras ya indica solemnidad. Y el título, que pide friso y cincel, hace pensar en la acuñación de terminología a usar próximamente y en la previsión de guionizar la historia. Como si Lincoln hubiese pedido en Gettysburg un poco de silencio porque iba a dar a continuación el famoso discurso de Gettysburg.

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¿Qué dijeron Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez en la declaración sin precedentes? Pues que la izquierda abertzale siente el dolor de las víctimas de ETA, que es más o menos lo que la izquierda abertzale ya decía hace diez años en Aiete. O lo mismo que Arnaldo Otegi dijo hace nueve años cuando pidió sus «más sinceras disculpas, acompañadas de un 'lo siento' de corazón» si como portavoz de Batasuna añadió «un ápice de dolor, sufrimiento o humillación» a las víctimas, que yo creo que igual sí lo hizo.

Además del habitual prodigio de concreción («el sufrimiento producido», «el daño causado», «todo aquello»), en la Declaración del Dieciocho de Octubre (San Asclepíades de Antioquía, vamos a decirlo todo) encontramos el reconocimiento por parte de la izquierda abertzale de que el dolor de las víctimas «nunca debió haberse producido». Esperen, ¡eso sí que no tiene precedentes! Pues tampoco. Eso lo dijo ETA hace tres años, y en los mismos términos extraños y milimetrados (valoren la textura del verbo 'producir'), en uno de aquellos comunicados creativos, concretamente en el que terminaba con un llamamiento a «apagar definitivamente las llamas de Gernika».

¿Dónde está entonces la novedad? Búsquenla en términos de dinámica de bloques de poder y en la posibilidad de que Otegi termine siendo el hombre de moda en Lavapiés y un invitado fijo en el 'late night' de Broncano. El PNV tardó cinco horas en reaccionar a la DDSA (Declaración del Día de San Asclepíades), sin duda intentando confirmar que el gran paso de la izquierda abertzale era lo que parecía: una gran patada. Hacia ellos, por más señas.

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Powell

Las ardillas

Colin Powell, primer secretario de Estado negro de la historia de Estados Unidos, murió ayer a los 84 años a causa del covid. Como él mismo anticipó en sus memorias, hoy sus obituarios dedican un párrafo muy destacado a su anuncio en la ONU de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Tras la política, Powell se recicló como experto en liderazgo. Su experiencia era única y decía cosas llamativas. Contaba, por ejemplo, cómo alguna vez, siendo consejero de Seguridad Nacional, entró en el Despacho Oval para informar a Reagan de algo importante y el presidente no le hizo ni caso porque estaba mirando a las ardillas del jardín. Cuando Powell insistió, Reagan le señaló las ardillas y le contó cosas sobre ardillas. Entonces Colin Powell entendió que Reagan era un gran líder porque le demostraba su confianza y le dejaba tomar decisiones. Al oírlo, lo que tú entendías era que el mundo sobrevivió a los años ochenta de pura casualidad y que Reagan fue un líder aterrador y al tiempo un genio absoluto.

Planeta

Tres señores

Qué premio Planeta tan complejo. Lo ha ganado un manuscrito firmado con un seudónimo, Sergio López, que resultó corresponderle a la superventas Carmen Mola, que ya se sabía que era un seudónimo, pero no que tras él no había una mujer, sino tres hombres: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. Los tres son guionistas, pero el escándalo no tiene que ver con el drama contemporáneo de confundir guiones y novelas, sino con que los autores firmaban como una mujer por razones de marketing, que son justo las razones por las que han ganado el Planeta, ese premio comercial que no sabemos si ha cometido un error o ha dado un pelotazo. Una librería feminista de Madrid publicita que devuelve los libros de Carmen Mola para que «los señores no lo ocupen todo». Pero no se los devuelven a Planeta, sino al otro gigante que venía publicando a Carmen Mola y ha sufrido ahora la OPA hostil al superventas. Solo falta que uno de los tres guionistas confiese que su parte de los libros conjuntos se la escribe a su vez su mujer, como María Lejarraga a Martínez Sierra, pero firma él porque a ella le da vergüenza participar en semejante berenjenal.

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