Entre pantallas

El consejero de Educación celebró ayer la multiplicación de la pantalla y habló de dar «un salto importante». También recordó viejas aulas en las que un montón de alumnos se disputaban un único ordenador. Ahora, sin embargo, la relación entre alumnos y ordenadores es en el País Vasco superior a la media europea. Se trata de un dato impresionante que no se sabe qué diablos significa. Porque es evidente que una educación contemporánea no puede obviar lo digital, y que conviene que unos adolescentes que estudien -pongamos por caso- diseño industrial dispongan en su centro de los mejores ordenadores y programas, pero hay algo de superstición de nuevo rico en considerar impresionante que un niño de diez años escriba en una tablet lo que puede escribir en un papel. Que cinco años más tarde ese niño no sepa qué es un libro y presencie fascinado cómo un adulto sobrevuela las páginas de uno hasta posar su índice sobre el párrafo buscado es desolador. Por supuesto, yo no sé más que un pedagogo vasco. Pero no descarto que, en términos de modernidad, lo verdaderamente audaz sea dotar al alumno de la autonomía y la capacidad de concentración que le resultarán en su vida de una utilidad similar a la de un tesoro. Dicho de otro modo: ¿no es un poco raro, bastante 'boomer' e incluso algo cateto seguir presumiendo a lo grande de digitalizar nativos digitales?

Soporta el rugby un prestigio insostenible. Tiene que ver con la honestidad y la elegancia, categorías que quizá sigan siendo posibles en el campo y en el pub, pero ya vemos que no en la federación, los clubes y los palcos: instancias deportivas en las que lo importante no es participar sino permanecer. Eso explica que la selección española de rugby ganase con enorme mérito una plaza para disputar el Mundial y la haya perdido en los despachos por alineación indebida y episódica de un pilier de origen sudafricano del que en lugar de pasaporte se presentaron unas fotocopias, como si aquello no fuese un documento oficial sino la tesis de un político. Tras alguna resistencia inicial, el presidente de la federación dimite. Como si le quedase otra. O se va o lo placan un montón de gigantes fuertes, furiosos y estafados.

La Iglesia no va a participar en la comisión de investigación sobre abusos a menores que prepara el Defensor del Pueblo. Demasiadas investigaciones, dijo ayer Monseñor Argüello. Un lío. Y teniendo en cuenta que la Iglesia ya se anticipó contratando a un bufete piadoso para que se encargase del asunto… La verdad es que hay que reconocerlo: lo que hace la Conferencia Episcopal con los argumentos es lo que hacen con el balón esos artistas modernos del malabarismo. 'Free style'. Máxima habilidad, mínimo recato. Y la pirueta de olvidar que tampoco parece extraño que alguien que haya sufrido abusos dentro de la Iglesia solo quiera denunciarlo ante una instancia que no tenga nada que ver, pero nada, con la Iglesia.