Elon Musk cambió ayer la descripción de su perfil de Twitter. Pasó de 'Jefe Twitter', así, en plan cheroqui, a 'Operador del teléfono de reclamaciones de Twitter'. Y se puso de foto una en la que posa siendo niño con un teléfono. Sucedió después de ... que Musk, el hombre más rico del mundo, mantuviese un intercambio 'online' con Stephen King, el maestro del terror. Obsérvese que son dos tipos importantes porque sus nombres llevan subtítulo. Digamos que King tuiteó un exabrupto y amenazó con irse ante la idea de Musk de comenzar a cobrarles veinte dólares a los perfiles verificados. «¡Deberían pagarme a mí!», dijo el escritor, que quizá debió de pensarlo antes. Ante el amago de fuga, el nuevo dueño de la red social le explicó al maestro del terror que de algún modo tienen que pagar las facturas y que es el único modo de derrotar a los bots. Y le propuso dejárselo en ocho dólares, oferta que extendió luego a todos.

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Para entonces, a la sede de Twitter ya había llegado un ejército de ingenieros y asesores de Musk con instrucciones de reconfigurar la red social y comenzar a echar empleados como si no hubiese un mañana. Gusta siempre mucho en Estados Unidos lo del magnate despidiendo por las bravas. No debía de viajar ni un solo abogado laboralista en el 'Mayflower'. Recuerden que Trump se hizo aún más famoso diciéndoles a los concursantes de un 'reality' eso, que estaban despedidos. La referencia viene a cuento porque mucha gente celebra la llegada de Musk a Twitter como una venganza por lo de cerrarle la cuenta a Trump tras el asalto al Capitolio. Como si ahora fuese a llegar la libertad en serio. Pero la idea que el dueño de Tesla tiene de la libertad es reconocible. Tras el ataque al marido de Nancy Pelosi, Musk amplificó con un retuit una teoría de la conspiración que recuerda al infame 'Pizzagate': el agredido estaba en realidad borracho y el agresor ejerce la prostitución masculina. Pues ahí tienen al nuevo Jefe Twitter, que es muy bromista y echado para adelante. Llega para «salvar a la civilización» y eso supondrá un nuevo escalón en el descenso a no se sabe dónde que comenzó cuando asumimos que la democratización de la plaza pública consistía en irnos a debatir todos a las fincas virtuales de unos multimillonarios megalómanos. No se entiende qué ha podido salir mal.

Dinamarca

Visones y robots

Qué tiempos cuando bastaba con mirar a los países nórdicos para encontrar el modelo político perfecto. Era sencillo, había que ser exactamente eso: un país rico, igualitario, justo, avanzado, tolerante. Bueno, en Dinamarca fueron ayer a las urnas en unas elecciones anticipadas provocadas por el totalitarismo de una matanza gubernamental de visones. La primera ministra Frederiksen llegó a pedir perdón entre lágrimas por el error de los visones. Pero se presenta a la reelección garantizando que no habrá el más mínimo error con lo otro, con lo de los inmigrantes. También se presenta a las elecciones el Partido Sintético liderado por Leader Lars, que no es un señor rubio de Copenhague sino una inteligencia artificial programada con una mezcla de datos y opiniones para «obtener los mejores resultados». Ser como Dinamarca, pero con sol y siesta, qué viejo objetivo irreprochable. Queda suspendido hasta nueva orden.

Olona

Sálvanos

Entre las conferencias constitucionales y las cumbres sudamericanas de imaginería religiosa, cuesta saber qué pretende Macarena Olona. Parece que el viernes lo anuncia en una rueda de prensa. Mientras tanto, ha lanzado un vídeo que defiende una idea compleja: los hombres son buenos, no son maltratadores. Una cosa cursi en la que se encajan imágenes de Jorge Javier Vázquez, buscando a ojos vista la respuesta airada del famoso y el lío consiguiente en Twitter. El regreso de Olona llega en el momento idóneo. Nos hacen falta estadistas.

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