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La polémica sobre la continuidad del estado de alarma que se ha dado esta última semana ha resultado penosa. Impropia de dirigentes a los que se les ha de exigir, especialmente en estos momentos, una actitud responsable y solidaria. Resulta un acto de irresponsabilidad situar ... el debate como un dilema entre el estado de alarma o el caos generalizado, como se enfocó desde el Gobierno Sánchez y se agravó, aún más, con las lamentables manifestaciones de Echenique, dirigente de Podemos, cuando atribuyó a los del «caos» la responsabilidad de la multitud de muertes que se pudieran producir. Es una posición maniquea, que se basa en la presunción jacobina de que las CC AA representan por naturaleza poderes institucionales incapaces de actuar bajo el canon de la responsabilidad y de la cooperación, y por lo tanto necesitados de la autoridad superior para evitar desmadres. No es este un pensamiento propio de quien defiende los fundamentos del Estado de las Autonomías y mucho menos de quien aspira a estructurar España como un Estado federal de naturaleza plurinacional.
Por otra parte, resulta poco inteligente y nada realista pensar que se pueda pasar de un día para otro, sin el tránsito debido, de una situación de emergencia que ha requerido de medidas extraordinarias a una situación nueva, provisionalmente controlada, pero donde se sigue requiriendo de medidas que afectan a la libertad de movimiento de las personas y a la libertad de empresa. El debate real, el verdaderamente útil, no es otro que el que se debe dar entre «gestión unilateral de la emergencia por el Gobierno central con participación simbólica de las CC AA» versus «gestión mancomunada conforme a un modelo basado en la codirección y la gobernanza compartida, que obligue a todas las partes al acuerdo y a responsabilizarse de las decisiones». Es obvio que hasta ahora la alarma se ha gestionado desde un enfoque centralista y centralizador, donde las CC AA han resultado meros apéndices de la autoridad central. Es evidente también que Sánchez ha optado por parecerse más a Macron que a Merkel, como si el Estado autonómico estuviera más cerca del modelo jacobino francés que del federal alemán.
El presidente, hasta ahora, no ha querido apostar por una gestión compartida y concertada del estado de alarma, lo cual ha generado importantes problemas. Esperemos que los acuerdos logrados en el Congreso, más por necesidad parlamentaria que por vocación y convicción, se materialicen y nos permitan avanzar hasta la finalización del estado de alarma bajo los criterios de seguridad sanitaria, eficiencia en la actuación y fortalecimiento del Estado de la Autonomías, huyendo de toda tentación centralizadora.
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