
Whisky en la Embajada
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En Venezuela todo se se complica todavía más y aparece González PonsEl Parlamento Europeo reconoció ayer a Edmundo González como presidente legítimo de Venezuela. Antes lo hicieron el Congreso y el Senado de España, que es ... el país en el que ha terminado refugiándose González y también el que intenta sin éxito no llamarlo Rodríguez, a veces incluso Eduardo. Para no equivocarse, Pedro Sánchez a González lo llamó «héroe». Desde entonces, evita llamar dictador a Nicolás Maduro, que es el gobernante venezolano que obliga a la oposición al heroísmo y tiene detenidos a dos españoles que no se sabe si son turistas o espías con órdenes de magnicidio.
El mérito de Esteban González Pons es conseguir que en medio de semejante lío sea a él a quien se le exige la dimisión. Lo hizo ayer, justo cuando su trabajo parecía más fácil: pedirle al Gobierno explicaciones de por qué hay un presidente electo, un héroe incluso, asegurando que fue coaccionado en una Embajada española con el embajador delante. Ese presidente es Edmundo González y la coacción tiene que ver con la firma de un papel en el que reconoce que las elecciones en Venezuela las ganaron sus rivales. González asegura que Jorge y Delcy Rodríguez, hermanos y jerarcas bolivarianos, le obligaron a firmar bajo amenazas antes de permitirle volar a España. Así que González Pons situó ayer al Gobierno, al nuestro, en un golpe de Estado. Para entonces Jorge Rodríguez ya había mostrado las fotos del encuentro en la Embajada y detallado que «la amabilidad del señor embajador de España sirvió algunos whiskies escoceses para que la conversación transcurriera de una manera amena». Jorge Rodríguez es un psiquiatra de modales atildados y amenazas afiladas. No da menos miedo que su hermana. Aunque nadie da más miedo que Tareek William Saab, ese fiscal general al que parecen haberle hecho la cirugía con explosivos y que, además de culturista, es poeta. Los líderes del régimen venezolano convierten a Ming de Mongo, el malo de Flash Gordon, en un villano razonable. La indefensión de la política española ante semejante grotesquería envilecida hace pensar en un país en horas bajas.
Puigdemont
El juez Llarena no reconoce en los atestados de los Mossos los impedimentos que el cuerpo alega para justificar que el pasado 8 de agosto Carles Puigdemont apareciese como estaba previsto en el centro de Barcelona, diese un discurso que tenía anunciado y desapareciese a continuación para regresar a Bélgica. Así que el juez del Supremo insta a un juzgado de Barcelona a investigar lo ocurrido. Puigdemont sigue como se sabe en busca y captura y, aunque la política favorezca la amnesia, es un poco raro que no se le capturase cuando ni siquiera había que buscarlo: estaba ahí, subido a un escenario en el Arco del Triunfo de Barcelona. Lo retransmitían en directo todas las teles. A favor de las sospechas de Llarena, hay que decir que desde luego no es esta la mejor semana para alegar problemas insuperables en los servicios de información o dificultades insalvables en los operativos porque Puigdemont contó con la ayuda de «tres individuos». Para entender el significado final de todo esto, solo hay que pensar en las dosis de impunidad y extravagancia que se le permiten al ciudadano corriente que ignora las instrucciones y requerimientos, no digo ya de un juzgado, sino de la simple Administración.
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