Lo habitual era mirar a las grandes naciones democráticas en busca de un ideal de progreso, un poco como el Villaamil de Galdós, con sed de moralidad, 'income tax', aduanas y unificación de la deuda. Últimamente, sin embargo, a las grandes naciones democráticas las miramos ... en busca de consuelo, para comprobar que sus dislates son mayores que los nuestros. En Reino Unido, en fin, han cesado en un año a dos ministras de Interior que están ideológicamente a la derecha de Cromwell y entre otras cosas son partidarias de pasaportar a los inmigrantes ilegales a Ruanda, siendo ellas mismas, ambas dos, provenientes de familias indias que, antes de a Inglaterra, emigraron a Uganda y Kenia. Suellen Braverman es la segunda ministra cesada tras haber estado a punto de irse este finde con los 'hooligans' a disolver manifestaciones propalestinas a patadas. Rishi Sunak la ha echado no se sabe si por principios o si por notar que le nacía una estrella y una rival. Lo increíble es que en la remodelación del gabinete ha aparecido David Cameron. Aquel primer ministro «epiceno y ligeramente hinchado por el dinero heredado», según la memorable maldad de Martin Amis, que en 2014 se marcó el tanto de permitir y ganar un referéndum de independencia en Escocia y dos años después se animó con el Brexit. Recordarán cómo acabó. Comprobado su olfato estratégico y su contribución a la estabilidad internacional, Sunak le ha nombrado ministro de Exteriores. Al volver a ver a Cameron en las cumbres, mucha gente recordará la portada del 'Financial Times' tras el referéndum del Brexit en la que el 'premier' aparecía mirando al suelo y tapándose la boca con una mano. Lionel Barber, el director responsable de aquella portada, explica en sus diarios que la foto no era del momento, pero que no se resistieron a sacar a Cameron «con cara de haberle dado una patada sin querer a una vieja obra maestra». Siete años después, la obra maestra sigue rota y él está de vuelta.
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Amnistía
Como en las grandes crisis españolas siempre se nos terminan pidiendo soluciones a los intelectuales, voy a adelantar la mía: fusilar sin juicio previo a todo aquel que diga, así sea en público o en privado, que algo «no va de esto», sino que «va de esto otro». Isabel Díaz Ayuso ayer sin ir más lejos: «Esto no va de resultados en las urnas, esto va de legitimar lo que es ilegítimo». O Yolanda Díaz, un poco después: «La amnistía no va de unos pocos, va de muchas gentes». Tras hacer eso tan raro con el plural, la vicepresidenta remató por abajo: «Es para la gente común». Al rato pudimos leer la ley de amnistía (más o menos a la vez que el PNV) y, a falta de nombres propios, hay en ella descripciones tan concretas de situaciones procesales que primero causa estupor y después risa. Y desde luego se nota mucho que la ley está cuidadosamente redactada pensando en las muchas gentes, en la gente común y puede que incluso en las muchas gentes comunes. Al fin y al cabo, ¿quién no se ha encargado alguna vez de la «representación, protección o seguridad» de un expresidente fugado o ha sido indultado previamente por un Gobierno que necesitaba de uno para garantizarse la mayoría parlamentaria?
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