El pacto firmado hace veinte días por PSOE y Junts -cuatro folios que son ya un clásico: vuelves a ellos y encuentras siempre algo nuevo- establece que la primera reunión con verificadores debe celebrarse en noviembre. Como noviembre termina mañana salvo repentino decreto-ley del ... Gobierno para la urgente reforma del calendario gregoriano, aumenta el nerviosismo. El PSOE alega problemas de agenda y Laura Borràs amenaza con lo que supondría empezar a incumplir lo firmado. En cuanto a la capacidad de coacción de Junts, recordemos que en la investidura obligaron al presidente del Gobierno a cambiar sobre la marcha los verbos que utilizaba. En cuanto a la categoría del esperpento, recordemos que las reuniones entre los partidos no van a tener lugar en sus sedes o en el Congreso, sino en Ginebra, en secreto y con mediadores internacionales encargados de «acompañar, verificar y realizar seguimiento de todo el proceso de negociación y de los acuerdos entre ambas formaciones a los que se llegue». Pese a la redacción del pacto entre PSOE y Junts, la presencia de un profesor de Lengua de refuerzo en la mesa de negociación, inexplicablemente, no se contempla.

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Han bastado cuatro años para que la figura del relator pase de inadmisible a conveniente. Así funciona la fatiga del material democrático. Solo que ahora al relator lo llamamos verificador y su identidad es un secreto por motivos de transparencia. Ayer le preguntaron por ello a la portavoz Alegría y casi se ofende al tener que explicar que ese es un asunto de los partidos. Por eso la ley de amnistía que ha registrado el PSOE la va explicando por ahí el ministro de Justicia. Conociéndonos, el problema va a estar en mantener en secreto la identidad del verificador. Para evitar filtraciones, yo sugiero que el mediador medie con una máscara espectacular y que Santos Cerdán y Jordi Turull tengan que adivinar al final de la negociación de quién se trata, un poco como en 'Mask Singer, adivina quién verifica'.

Vaticano

Sin tirón de orejas

El Papa convocó a los obispos españoles en Roma, pero no les riñó. «No ha habido tirón de orejas», explicó tras el encuentro el presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, que ya se había referido antes a esa idea como de bronca escolar. Es una idea desmitificadora. Piensa uno en el Papa enfurecido con los obispos e imagina amenazas de excomunión y condenas eternas, quizá también la orden de que suban un súcubo de las mazmorras secretas para que devore a un obispo, al de Sant Feliú de Llobregat, pongamos por caso, frente a los demás, en plan ejemplarizante. Pues nada de eso. No hubo ni bronca. Aunque los únicos precedentes de llamadas a capítulo equivalentes tuvieron que ver con los abusos sexuales en Irlanda y en Chile, Francisco convocó esta vez a los obispos españoles para hablar de la situación de los seminarios. Del informe del Defensor del Pueblo, parece que ni una palabra. Al encontrarse con ochenta obispos de golpe, Francisco les dijo que habría sido más sencillo celebrar la reunión en España y que solo hubiese tenido que viajar él. Pues sí, claro. Y el alegrón que les habría dado la visita a Yolanda Díaz y a Félix Bolaños: la juventud del Papa.

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