Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión

No es el áureo peinado como diseñado por Frank Gehry o la untuosa capa de bronceador, tampoco el inigualable baile estático moviendo las manitas, ni siquiera la creencia de que entre India y China no está Nepal sino Nipple (pezón). Lo que yo prefiero de ... Donald Trump, el vínculo más íntimo que se ha establecido entre nosotros en estos años de sainete y demolición, tiene que ver con su certeza de que la exclamación es el signo ortográfico que cierra toda frase bien escrita. Eso explica la reacción del expresidente y candidato a la Casa Blanca en su propia red social al conocer el jueves su condena total en el 'caso Stormy Daniels': «¡Soy un preso político!»

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Como es habitual en los presos políticos, Trump dio ayer una rueda de prensa en el rascacielos que lleva su nombre en Manhattan. Cuarenta minutos sin preguntas y sin freno con las teles en directo: un torrente verborreico que mezcló el victimismo, el providencialismo, el delirio, el miedo y la estrategia electoral. El expresidente dio la democracia americana por muerta: «Estados Unidos es un país fascista». Y a continuación dio la dirección de su web para las donaciones. ¿Lo asombroso? Que ya ni asombra. Como tampoco lo hace lo de que sus poderosos enemigos dominan el país, lo de que los jueces le persiguen o lo de que las próximas elecciones son las más importantes de la historia porque es o nosotros o ellos. Ocho años después de aquella sensación inicial de irrealidad, los diques no existen. El partido republicano está entregado a la teoría de la conspiración y no hay apenas mecanismo trumpista que no haya sido importado a nuestra propia política. La razón es simple: funcionan. Se pregunta uno quién gana al final con todo esto, pero deja de hacerlo en cuanto las noticias sobre la condena de Trump llegan a Moscú. «Es evidente que en Estados Unidos está en marcha una eliminación de rivales políticos por todos los medios legales e ilegales», declaró ayer a la prensa el portavoz del Kremlin Peskov, con su aspecto de poli ruso que llega a Nueva York para colaborar con Mel Gibson en una peli de acción de los ochenta.

Consumo

Bajos vuelos

Cuatro aerolíneas de bajo coste se enfrentan a una multa de 150 millones por conductas abusivas. Son Ryanair, Volotea, Vueling y Easyjet. Se les acusa de cobrar por el equipaje de mano, de cobrar por la selección de asiento en el caso de personas dependientes y por negarse a cobrar los extras en metálico cuando llega el lío en el mostrador. Además de la millonada, que no haya ciudadano sin estrés postraumático tras vérselas con una aerolínea explica que el multazo del ministerio de Consumo, sin ser firme, sea ya histórico. Ayer habría españoles tatuándose el rostro de Alberto Garzón y será mejor no explicarles que el ministro de Consumo es desde noviembre Pablo Bustinduy. ¿Quién? Bustinduy. Además de recurrir por todo lo alto, las compañías multadas explican que no cobrar por la maleta de mano sería penalizar a quienes viajan con las manos en los bolsillos o con la mochila debajo del asiento. El razonamiento es irreprochable y debe llevarse al extremo: conseguir que viajar en avión no sea una experiencia cercana al procedimiento sumarísimo en dos aeropuertos distintos, y al presidio a diez mil metros de altura, es perjudicar a quien se abstiene de coger un avión y se queda tranquilamente en casa.

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