El caso que enfrenta a Imanol Arias y Ana Duato a la clase de delitos contra la Hacienda Pública que pueden llevarte tres décadas a la cárcel como a cualquier asesino en serie se llama 'Nummaria'. Es bonito. Hace pensar en el reino del universo ... de Conan en el que viven los asesores fiscales. Lástima que el nombre solo se refiera al despacho de un asesor en concreto. Se le acusa de crear sociedades pantalla para ocultar las ganancias de sus clientes y rebajarles los impuestos. Ayer comenzó el juicio e Imanol Arias pactó con la Fiscalía y eludió la cárcel. Ana Duato defenderá en cambio su inocencia en el proceso. La actriz ha llegado a explicar que no podría reconocer nada sin mentir. Eso parece preludiar la clase de resistencia a la Fiscalía y la Agencia Tributaria que, por lo heroico y desigual, recuerda a una carga de caballería contra los tanques. Sin comparar casos que desconozco, a Xabi Alonso le salió bien y fue absuelto por el Supremo. Pero lo habitual es que la gente haga el cálculo bajo una presión evidentemente coactiva y pague lo que sea para no alargar el suplicio.
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Viendo a Arias y Duato en el banquillo es difícil no pensar que un actor no es un fiscalista y tenderá como cualquiera a confiar en un asesor al que no entiende una palabra. Por otra parte, un actor sí es un actor y, de ser yo su abogado, le pediría siempre que me hiciese en el juicio un alegato final entre Shylock y Atticus Finch, pero tirándomelo además por Dustin Hoffman en 'Kramer contra Kramer'. Ver al tribunal aplaudiendo puesto en pie y gritando «¡Bravo!» debe de tranquilizar bastante antes del veredicto.
Lo siguiente que es difícil no pensar al ver a los protagonistas de 'Cuéntame' en un juzgado que transforman sin querer en un plató es que estaría bien que el juez, en su búsqueda de la verdad, llegase a averiguar si, cuando la serie llegó a nuestros días, absorbió la realidad y nos volvió a todos ficción guionizada. Eso explicaría que los analistas estén detectando tan claro lo de la 'política Netflix'. Y también quizás esta sensación de que todo es cada vez más previsible y repetitivo, superfluo, poco original. Y con peores diálogos.
Infancia
El Gobierno presentó ayer un anteproyecto de ley para proteger a los menores en los entornos digitales. Lo hizo el mismo día en que Elon Musk admitió el porno en Twitter y en el que yo me enteré de que entre los adolescentes está de moda subir vídeos en los que se golpean la cabeza contra una persiana metálica. Hay que proteger también a los menores de las persianas metálicas. El proyecto gubernamental lo lidera el ministerio de Juventud pero lo presentó Félix Bolaños porque, a cinco días de unas elecciones, la única opción de que alguien de Sumar aparezca en una rueda de prensa en Moncloa es que lo haga por la fuerza. La nueva ley aspira entre otras cosas a que la edad mínima para abrirse una cuenta en redes sociales suba de catorce a dieciséis años. Vale, pero hay encuestas que indican que el 68% de los niños entre diez y doce años ya tienen perfil en alguna red, algo que entre otras cosas es indispensable para prosperar en ciertos juegos exitosos. La pregunta es siempre la misma: ¿cómo se controla lo que parece por su propia naturaleza incontrolable? Casi enternece ver al legislador así, elevando con toda seriedad un nuevo reglamento en medio de una selva infinita, dinámica y ajena.
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